jueves, 2 de septiembre de 2010

La Profesora de Piano.

La Profesora de Piano

Es un peso tremendo para una nena ser responsable de la alegría, salud, motivación y calma de un mayor.
Sobre todo si “ese mayor” es fuente de amor incondicional, protección, apoyo y dedicación absoluta…¿cómo retribuirle?.
Con un pequeño sacrificio, que con el tiempo se puede transformar en una asfixiante soga atada al cuello.
Desde que tengo uso de razón, mis abuelos, la música y yo formamos un equipo feliz.
Escuchábamos los “discos” de moda en el “combinado” del comedor, bailábamos, con mi amiga le enseñábamos “clásico” a mi abuelo, o tocábamos en el piano, la abuela de oído y yo repetía lo que me enseñaba o escuchaba lo que tocaba mi papá cuando iba a visitarme.
Hasta que tuve edad suficiente para leer, escribir y entender matemáticas, así fue que comencé mis lecciones de piano, sistemáticas, metódicas, eternas durante diez años.
Mi primera profesora se fue del barrio, mi abuela enseguida encontró otra, “Porota” le decían y ese apodo vulgar no la representaba en absoluto.
Histriónica, brillante, apasionada, madre, esposa, concertista frustrada y su empeño en suplir la falta de genética para mi naturaleza musical con información y horas interminables de ejercicios sobre el marfil.
Hasta que mis músculos se tensionaban a tal punto que me era imposible soportar el dolor de espaldas…y cada vez faltaba más.
Una mañana me decidí y hablé con mi Abuela Kiki, fuente de alegría incomparable en mi niñez, ella cumplió todos mis sueños…después entendí que yo se los pagué.
Hubo un revuelo tan grande de sólo hablar de dejar en cuarto año de piano que ni siquiera sé cómo a la media hora ella estaba desmayada, o casi, y vecinos que después de tantos años de vivir en el barrio yo ni sabía que existían, iban y venían con alcohol, abanicos y llamadas telefónicas.
Seguí estudiando y padeciendo los exámenes en el conservatorio “Mendelsshon”, donde cuatro o cinco cabezas de peluquería asentían a medida que yo rogaba por llegar al final y cruzarme al Sagrado Corazón de Jesús, para agradecer un año más…¿más cerca del final?.
Hubo mucho de bueno también, el piano me acercó a personas que de otra forma no hubiese conocido, momentos de diversión en el secundario, alumnos adolescentes en mi propia adolescencia donde era “la profe” y me encantaba.
Momentos con amigas que retomaron conmigo sus antiguos estudios en el teclado, diversión y recibir la admiración…de los que pocos entendían de virtuosismo en el tema.
El último examen llegó, con un nudo en el estómago y libros tan pesados que parecían armas de defensa más que partituras, llegué por última vez al conservatorio.
Una marcha a cuatro manos, sonatinas, ejercicios de digitación, rondoes….ya era Profesora de Piano, saldé mi deuda.
También fui feliz …y lloré.
 Aunque aún hoy, que paradójicamente inicié una nueva vida sin un piano cerca y lo extraño, sigo soñando que  me falta ese último examen , que camino hacia lo de mi profesora, en la misma manzana donde vivo actualmente, y que toco el timbre con la esperanza infantil de que no me pueda atender.

Patricia Figura, octubre de 2008

2 comentarios:

  1. De gusto leerte, amiga. Saludos

    José Valle

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  2. gracias Josè.... un gusto tener siempre un comentario tuyo y por tomarte el tiempo de leerme.

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