viernes, 26 de octubre de 2018

Crecí en Abasto.


Crecí en Abasto.
Y esa es una afirmación que nace muy dentro de mí.
No tengo ninguna duda de que todo lo vivido durante estos dos últimos años ha marcado mi forma de ver, sentir, pensar, actuar de una manera más que relevante y no solo fue para bien, sino para mejor.
Crecí en la zona sur de nuestra ciudad costera y toda la vida escuché hablar del “viejo mercado de abasto”, el que se hallaba situado antiguamente en lo que hoy es una de las grandes avenidas casi céntricas del lugar.
El “norte de la ciudad” para mí eran un par de cuadras pasando boulevard Gálvez y poco más, es indudable que no sólo yo fui creciendo, la ciudad también y sobre todo en los últimos años en que realmente floreció a los ojos de todos y donde se puso en valor lugares que por años fueron sólo edificios fantasmas.
Un día llega a mí, docente del nivel inicial, una propuesta laboral, estaba convocada para formar parte del Sistema de Educación Inicial de los Jardines Municipales de Santa Fe.
“Sería en el norte de la ciudad, en Abasto”.
Otra vez el nombre significativo para mí, pero “ése” ya no existía hacía años y solo tenía una vaga idea del otro que había dado origen al barrio en el cuál debía desempeñar mi tarea y que hoy siento también mi hogar.
En cuestión de minutos acepté y siguiendo mi intuición no dudé ni un instante aún cuando no tenía idea de donde quedaba y las calles que me mencionaban me eran desconocidas.
Sabía que los Jardines Municipales quedaban en zonas vulnerables de mi ciudad, esas en las cuales a uno no  se le ocurría transitar solo, o de noche, donde las noticias las mencionaban en policiales…hoy son las calles que al ir llegando cada mediodía, me reciben rostros familiares, cansados en su lucha, jóvenes con sus hijos a cuesta yendo de un lado al otro, niños que saltan de alegría junto a sus tíos, abuelos y primos que también han transcurrido su vida en el barrio.
La primera vez que llegué fue en compañía de mi esposo que me enseño la ruta por autopista, me hizo buscar referentes para darme cuenta donde cambiar el rumbo, bajar por la teniente loza y de ahí buscar la asfaltada para entrar hasta el que sería mi jardín….  Blanco, amplio y cálido, listo para recibirme.
En seguida me familiaricé no sólo con el trayecto, que es como un descanso que me desconecta de mi realidad de mamá, esposa, ama de casa, remisera de tiempo casi completo, etc, para ir poniéndome  de a poco en la piel de la “seño Patri” que invariablemente habita en mí, sino con el querido lugar, las casitas que fui conociendo y alegrándome con sus mejoras, las plantas que fueron creciendo, floreciendo, decayendo en el invierno para volver en la primavera con mayor brío, los colores, sus calles, los grandes bloques naranjas, las chapas refulgentes de sol, la pintura a la cal, los contrastes con frentes pintados en tonos fuertes, realzados con árboles  frondosos, alguna oveja, un gallo que cruza la calle cuál peatón, los perritos que reciben mi final de recorrido hasta llegar a esa gran esquina blanca con el nombre de nuestro refugio feliz, testigo de amor, compañerismo, solidaridad, escucha, abrazos, caricias, descanso , juegos y sueños compartidos.
Sin bien ahora bajo por la ruta que está a escasas dos cuadras del jardín, no me privo de ir tocando bocina y saludando a los pequeños que ya conocen el vehículo y esperan el gesto.
Sin duda puedo decir que crecí en Abasto.
No soy la misma que llegó hace casi dos años atrás.
El vínculo estrecho con las familias que tanto ayudan, alimentan y acortan el espacio entre sus realidades y la institución que abraza a sus hijos.
Mis compañeras que están sin días ni horarios dispuestas a colaborar, enseñar, acompañar…el corazón de nuestro querido lugar, “la” asistente que creció y transcurrió sus días en esa misma coordenada geográfica, crió, educó a sus hijos y trabajó desde la infancia.
Los días de lluvias, a veces sin niños presentes pero siempre trabajando para la calidad de lo que se les ofrecerá mientras las lenguas van más rápido que las manos en ese tiempo compartido donde ponemos en la charla nuestros desafíos, dolores, alegrías y tristezas.
Abasto para siempre va a provocar música y calidez en mi alma, muchos pares de ojos dulces, asustados, confiados, alegres o expectantes van a dibujarse cada vez que escuche hablar del lugar.
Para siempre va a quedar ligado a mí desde la risa de los niños, un patio de juegos donde las aventuras en toboganes se mezclan con bloques grandes que se transforman en las estructuras más increíbles, un tiempo de muñecos, carteras y disfraces, un tiempo de descanso con música de Mendelshonn, Grieg, Beethoven, Tchaicovsky  permitiendo el vuelo de la imaginación y atravesando los límites de nuestro lugar de bienestar para llegar también a los alrededores.
Abasto, sabor a paz, a trabajo, a dignidad, a desafío, a progreso….pero sobre todo a crecimiento más allá de lo personal.





Dedicado a todos y cada uno / a de los maravillosos seres que he conocido gracias a los Jardines Municipales y rogando que Dios siempre me lleve al mejor lugar, sintiendo que los caminos de mi vida se tejen y nutren de las buenas personas que transitan algún tramo junto a mí.

Patricia Figura, octubre de 2018