jueves, 10 de mayo de 2018

LAS VUELTAS DEL CARACOL


Las vueltas del Caracol
Cada día llegaba al entorno laboral alternando enojo, depresión, euforia, optimismo, dolor, entusiasmo, bronca….y vuelta a empezar.
A medida  que la jornada transcurría ella cambiaba su actitud contagiándose del buen humor propio del sitio en el que desarrollaba sus tareas laborales…aunque por momentos la sensación ambigua volvía y nublaba sus ojos que parecían impostados de tan poco frecuente su color.
Parecía abstraída, siempre viendo una película interior, que aunque contara con lujos de detalle, era difícil de imaginar para los demás.
Cuando comenzaron a trabajar, el grupo de mujeres que convivía cada tarde fue compartiendo parte de sus vidas, cotidianeidades, historias, entre risas, anécdotas, consejos.
La de ella era recurrente.
Como las vueltas de un caracol, sus momentos en la historia de su familia iban transcurriendo hasta llegar siempre al mismo punto… sólo para comenzar una vez más.
Por qué querés eso para vos? Era más de una vez la pregunta de sus compañeras.
No había respuesta.
Y si la había quedaba acallada en su interior.
Muchos años compartidos con quien era su marido y padre de su única hija.
Adolescencia conflictiva, noviazgo minado de prohibiciones, manipulación, celos, inseguridades….¿por qué se aferró como si fuese la única opción?        
La había convencido desde muy joven de que nadie la iba a amar como él.
¿La comodidad de creer?.
Lo cierto es que se continuo una semana mal, otra semana peor, salpicado de momentos buenos donde sentía que era feliz, tal vez sólo haya sido disfrutar de la calma temporaria….pero sentía que esa era la felicidad con la persona que la marcó como nadie.
Hasta que con los años hubo un breack ….por supuesto que no por decisión propia de ver en el desquicio que transcurría su vida, sino motivada por alguien que sin buscarlo ni pensarlo llegó a su vida.
Se enamoró.
O creyó estar enamorada.
Daba igual.
La sensación era inigualable.
Los ojos le brillaban, había expectativa, planes, ganas de estar bien, salir a ganar el mundo…. Por fin se había sacado la soga del cuello.
Mientras la relación duró, estuvo convencida de que eso era amor, que jamás podría volver con su marido, que todos los años vividos junto a él podrían transformarse en un recuerdo que de a poco se iría borrando… solo su hija valía la pena en todo ese calvario con escasos momentos felices.
Los colores nunca le habían sentado tan bien, el brillo en los ojos aumentaban ese color tan particular,  el baile no era sólo una expresión física….así se sentía su corazón.
Hasta que llegó la caída.
Inevitable.
El velo cayó de sus ojos.
Las noticias vuelan.
Las mentiras también.
Quién fuera su “panacea”, su cable a tierra, su fantasía hecha realidad, el artífice de esta nueva mujer feliz en la que hasta le costaba reconocerse…era un embustero, mentiroso, estafador de sentimientos, mitómano, ególatra, mezquino, ruin …no estaba solo, una familia lo esperaba al final de cada día.
Fue como si la chocara un tren.
Porque una cosa es imaginar lo que puede ser vivir algo así.
Otra cosa era vivirlo y que se termine.
En el momento en que más enamorada se sentía.
No sabía que se podía sufrir así, que el dolor podía ser casi físico.
Era un león herido.
No encontraba lugar donde estar ni sosiego.
Quería volcar toda su furia contra él.
No podía verse sola.
No se encontraba….desde muy temprana edad había estado, para bien o para mal con un hombre al lado.
Volvió con su marido.
Y se desató el quinto infierno.
Desoyó todas las voces queridas….
Volvieron los llantos, la angustia, la desconfianza, la depresión, los enojos…
Las vueltas del caracol.
Las recurrencias dolorosas.
Por qué querés esto para vos?
Jamás pudo responder eso a sus amigas.
Tampoco a ella misma.
Se evadía.
Tenía fantasías fuertes.
Buscaba alivio en el wsapp.
Necesitaba que le digan lo que ella no podía ver en sí misma.
Una y otra vez su celular y quienes la rodeaban escuchaban la misma historia sin fin.
Pero ya estaba cansada.
Era hora de hacer cosas que antes no se atreviera.
Tomar decisiones y sostenerlas en el tiempo.
Reir y brillar con luz propia, no el pálido reflejo de quien fuera un espejismo.
Dejar de girar.
Elegir el camino y seguirlo sin desviarse ni permitirse atajos engañosos.
Escaparse y soltar ese adoquín atado al cuello.
Ya se animaría.
Estaba llegando el momento de ver.
De aceptar y reconocer lo que nunca fue.
Y tener por fin… todo por ganar.

Patricia Figura, mayo de 2018