domingo, 11 de febrero de 2018

FELICES LOS CUATRO.

FELICES LOS CUATRO.
Cuando la conoció, se dio cuenta de que no iba a ser sencilla la relación.
Trabajo nuevo, compañeros nuevos, directivos más nuevos aún.
Ella se reincorporó de las vacaciones y fueron presentadas como al pasar.
La saludó como al descuido mientras intentaba comunicarse telefónicamente con uno de los capos del lugar, al parecer había un error y “la nueva” iba a ocupar el lugar que le correspondía a ella.
No era por jerarquía.
Era porque “su” lugar era “su” lugar.
Eso lo pueden entender personas que se han tenido que abrir paso a los codazos y con los prejuicios sociales a cuesta del donde venís, cuál fue tu entorno, que son tus viejos, y la periferia que pesa en tu haber, más allá de un lugar laboral ganado a fuerza de estudio e inteligencia media no siempre utilizada para el propio bien.
Suspiró y esperó, no tenía sentido alguno discutir.
Que lo resuelvan los de arriba, a ella le daba lo mismo un lugar que otro, valoraba demasiado la oportunidad como para malograrla poniéndose de punta el primer día por algo que en definitiva iba a ser un aprendizaje total ya sea en uno como en otro sitio.
Zanjada la cuestión, organizaron el trabajo en equipo, casi unilateralmente…. La nueva tendría que demostrar que sabía lo que hacía si quería ser tenida en cuenta en la toma de decisiones.
Poco a poco y con el correr de los meses, la chica del lugar, que marcaba territorio permanentemente y no dejaba olvidar a nadie en su sector que había estado ahí mucho antes que los demás y  seguramente peleando mucho más para conseguirlo con su procedencia de zona de barrio  marginal,  humilde y difícil, se dio cuenta que la nueva sabía escuchar, podía depositar todo su dolor, frustración, enojo, impotencia y obsesión por una pareja que de tal tenía muy poco.
Así día a día, si no había un blanco laboral, ella lo inventaba, la nueva le prestaba su oído, durante monólogos interminables, donde los ojos oscuros, brillantes, eran capaces de destilar veneno, rabia, heridas abiertas, ventilar injusticias, para finalizar apagándose, sabiendo que su portadora al cabo del día continuaría eligiendo para sí, el mismo tormento de siempre.
El tiempo fue transcurriendo.
Rara vez se interesaba en lo que le pasaba a los demás, ella cada día tenía un capitulo nuevo, aunque plagado de situaciones repetidas hasta el cansancio, de su tortuosa relación matrimonial.
Y la nueva tenía un defecto terrible… no era cómplice.
No le decía lo que ella quería oír.
No le doraba la píldora.
No le veía el costado bueno al partenaire en cuestión.
Así fueron conformando un trio donde una sola persona conocía a todos los integrantes del juego.
Él cada día redoblaba la apuesta, exigía más, dinero, compras, créditos, garantías, noches interminables con amigos y cervezas…brindando migajas sexuales algún que otro amanecer.
Ella más de una vez quedaba estática, ensimismada, buscando soluciones, esperando al mago que saque de la galera la panacea para todos sus males….o su debilidad, que le acarreaba todas las plagas de Egipto.
También había otras…Siempre las hubo entre una y otra temporal separación.
Incluso relaciones largas.
Con consecuencias.
Todo fue perdonado una y otra vez.
Era un misterio sin resolver por qué quería eso para ella.
Era joven, tenía carácter, fortaleza, era armónica en su belleza no convencional.
Pero había aprendido las mil y una maneras de justificar la relación, la conducta de él, le creía, aceptaba sus abrazos como si fueran el cerco más seguro del mundo.
Y un día llegó la noticia.
Le hizo una seña con la cabeza a la nueva.
Ésta ya sabía que algo grande, diferente había sucedido, la mirada no era la misma, los movimientos acelerando el trabajo para poder adelantar el momento de la charla, la impaciencia en su voz.
Tal vez la venda había caído por fin. Tal vez había escuchado las incansables palabras de su madre. Tal vez él decidió parar el juego… después de todo, qué más le podía sacar? Tal vez todas las fichas habían caído juntas. Tal vez logró oírse a sí misma en su sesión semanal de análisis. Tal vez…
Cuando por fin lograron hacer un impasse laboral y compartieron juntas un mate en la cocina, ella en esos arranques donde quedaba cohibida, tímida, y el gallo cocorito se transformaba en un pollito mojado, le dijo simplemente: “ahora sí todo va a cambiar, las cosas van a ser distintas por fin, mira”, la nueva, que ya se sentía vieja en todo este devenir la miró con los ojos incrédulamente dilatados.
Tomó muy despacio el celular que la otra le extendía para que viera en la imagen el motivo del “milagro” que iba a suceder.
Miró con atención y trató de dominar el nudo que se le formó en la garganta, los ojos se le humedecieron y no quiso parpadear para que la otra que la miraba expectante no notara su angustia.
¿Cómo podía ser que fuera tan ciega? ¿Qué no le dolieran las mil y una humillaciones a las que él la había sometido durante tantos años?¿Las obvias mentiras? ¿Las falsas promesas?
Levantó la mirada y la enfrentó como pudo, haciendo una pregunta tonta: “ Es tuyo?” refiriéndose al test de embarazo que marcaba positivo en la pantalla del celular.
_Obvio, de quién sino?. Te das cuenta de que por fin vamos a ser una familia? Que ya son otras las responsabilidades, la realidad? Ahora si o si todo va a ser diferente. Esto es lo que necesitábamos para poder dar otro rumbo, me entendés?
Ciertamente que no la entendía, o mejor dicho, no compartía su manera de ver las cosas, aún le causaba asombro descubrir cómo alguien que sabía enfrentarse a matones de barrio,  ladrones adolescentes y salir airosa, podía creer que un hijo haría transformar en otra persona al egoísta y terriblemente ventajero hombre del cual se había enamorado.
No supo qué decirle, qué responderle, no le daba el alma para compartir sus pensamientos… y por otro lado sabía que era completamente inútil, así que sólo se limitó a abrazarla muy muy fuerte y desearle toda la felicidad que un bebé podía aportar a su tormentosa vida.
Pero por dentro era otra cosa, se imaginaba todas las jornadas que se avecinaban, las quejas sobre el desinterés y abandono de él, los engaños, los malabares económicos cuando naciera el querido bebé…
En fin…feliz, si por momentos sería muy feliz, eso es inherente a la maternidad independientemente de las circunstancias en que te encuentres y por otro lado la letra de una conocida canción se le vino a la mente, sabiéndose tan involucrada en esta historia que ojalá pudiera tener no un final, sino un “continuará” más feliz: y el “ felices, felices los cuatro” no la abandonó por el resto del día.


Patricia Figura, febrero de 2018