martes, 7 de septiembre de 2010

CONTRA VIENTO Y MAREA

A todos los que honran la amistad más allá de todo temporal, desavenencias, malos entendidos, orgullos mal habidos y permiten que siempre en el alma prevalezca aquello que los unió y los hizo sentirse únicos en el corazón del otro.
Feliz día del amigo y ojalá los encuentre cerca de esa persona querida y si por motivos “de la vida” no es así, que encuentren la grandeza de hacerles saber que sin ellos nada hubiese sido tan especial.

CONTRA VIENTO Y MAREA
Llevaban años festejando juntos el día del amigo.
Desde que tenían uso de razón.
En el jardín de infantes donde siempre había merienda compartida entre las tres salitas, en la primaria, donde  se hacía la Kermesse, en la que de paso los de quinto grado y los de séptimo aprovechaban para recaudar fondos para sus respectivos viajes.
Y lo mejor vino en la secu, ya que no sólo se festejaba el día en sí con mateadas, tortas, alfajores de maicena, videos, alguna que otra guitarra, sino que el finde era completo, viernes con baile en la casa del que tuviese espacio suficiente para los quince o veinte que siempre eran de la partida, sábados en el club y domingo costanera.
Por supuesto que aparte de esa fiesta especial, cada acontecimiento de sus vidas los encontraba juntos, partidos, cumples de 15, despedida de quinto año, el infaltable viaje  a Bariloche donde se sacaban chispas a ver cuál dejaba el tendal más largo.
No eran santos… ni les interesaba serlo, pero eran de ley entre ellos.
Estudiaron lo mismo, se recibieron casi juntos, se pusieron de novios uno por enamorado el otro porque se sentía solo, se casaron y las reuniones de pareja los encontraban unidos como siempre.
De casados, solían “escaparse” con la excusa de buscar más bebida o traer helado y aparecían dos horas después, con las esposas entre dormidas, resignadas y enojadas, luego de darse la “vueltita” por los lugares habituales donde seguía la movida nocturna.
Se sentían hermanos.
Padrinos de los hijos, fiestas familiares….y alguna que otra vacación juntos en el mar.
Las esposas los tenían asumidos y más de una vez aseguraron estar casadas con un combo más que con un marido.
Cuando los chicos de ambos fueron adolescentes (demasiado rápido), se enamoraron… o creyeron hacerlo.
Ellos tenían el círculo completo… qué más se podía pedir?
Pero no hay rosas sin espinas… dice un refrán viejo como la humanidad, y lo cierto es que los chicos no tenían el mismo nivel de intensidad y luego de un breve noviazgo, la hija de uno de ellos decidió cambiar de rumbo luego de quedar atrapada en una alocada aventura con un tipo bastante mayor, con toda la facha y el desapego que le daba la seguridad de que la chica lo seguiría donde fuera.
El hijo, de uno de nuestros muchachos que comparten esta historia, no tenía consuelo, atosigaba a quien fuera su amor con llamadas, mensajes, visitas a cualquier hora, llorando, pidiendo, suplicando y por último exigiendo lo imposible de dar si no se siente desde el alma: amor.
En vano cada padre intentó hacer entrar en razón a sus hijos, la chica estaba ciega, sorda y muda a todo lo que no fuera su nuevo amor, aunque la doblara en edad, no tuviera trabajo , le impidieran verlo y hasta desafió con irse de su casa al menor descuido si le hacían la guerra a quien ella amaba sin ningún tipo de parámetros.
El otro partido por el dolor de su hijo, intentó que presentara una retirada honrosa, pero de nada le sirvió, lo que comenzó con un enamoramiento adolescente terminó en una obsesión enfermiza, hasta el punto de seguirla y amenazar contra su vida.
De más está decirlo….las madres cada una descargó toda su bronca e impotencia en la otra familia, y lo que fuera una gran amistad compartida quedó hecha trizas defendiendo cada uno sus crías, como si fueran animales incapaces de razonar.
La relación entre el vividor y la adolescente terminó antes de lo pensado, por supuesto que ella quedó destrozada y comiéndose el orgullo y al poco tiempo el “amor  de locos” fue reemplazado por otro.
Pero el daño entre los amigos estaba hecho, las noches de los viernes eran un hueco en el corazón de los dos, imposible intentar una reunión familiar cuando sus mujeres ni se hablaban, tampoco podían reunirse ellos porque era declarar la guerra al hogar que formaron, se cortaron los partidos  de mitad de semana, y las vacaciones ya no eran compartidas.
Cada tanto se llamaban al trabajo, se ponían al tanto de sus cosas pero tácitamente jamás tocaron el tema que había abierto semejante abismo.
Ahora sí, durante los veinte años que siguieron, nunca jamás dejaron de encontrarse un 20 de julio,  a ninguno de los dos lo ganó el orgullo o la soberbia, su amistad se había limitado en muchas actividades y alegrías compartidas, pero nunca le desearon feliz día a ningún otro amigo antes de hacerlo mutuamente.
Era un ritual al que no permitieron que nadie les arrebate o se entrometa.
Nadie en sus respectivas familias lo intentó jamás.
Ahora abuelos se siguen encontrando en el bar de siempre, a la hora del almuerzo, intercambian novedades, fotos de los nietos, problemas conyugales o tormentas laborales, no hay mateada en familia, ni están ya las abuelas con sus pastafloras y merengadas, no hay visitas a sus hogares, pero en medio de todo el huracán de sentimientos encontrados, donde pudo haber naufragado una amistad tan grande… ellos encontraron la manera de salvarla, con respeto, con lealtad.
Y es sabido que el primero que falte, por que le tocó irse antes, va a dejar en el otro el momento dulce de decir “Felìz dia viejo”…sentado en el mismo bar, esperando que llegue nuevamente la oportunidad de festejar juntos y esta vez para siempre.

Patricia Figura, julio de 2010

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