Ahora sí.
Suspirando
levantó el camisolín que se había sacado unas horas antes, se fijó en el pliegue
de la sábana arrugada consecuencia de una noche inquieta, nada, no sabía ya
donde buscar y el tiempo corría no solo
en el hermosísimo reloj vintage, sino en el restante para la hora de la
entrevista.
Se
paró en un ángulo de la amplia habitación intentando vislumbrar un pequeño
montículo negro de delgado algodón.
Era la aguja en el pajar.
La
puerta que conducía al baño y ante baño estaba abierta, fue a mirar por si lo
había dejado a secar luego de lavarlo, pero estaba segura de haberlo colgado en
la canilla de la ducha y se había fijado
mil veces en la última media hora.
“Odio
todos los tapabocas del mundo” pensó son horribles y quedan peor, por supuesto que la culpa era del minúsculo
rombo que hacía las veces de vacuna portátil y personal y no del gran desorden
que la acompañaba desde que tenía uso de razón.
Volvió
a prender el aire acondicionado que había apagado al estar lista, cambiada y
perfumada para la nueva entrevista laboral, sintió que el fresco de la
habitación se estaba esfumando al igual que su esperanza de encontrarlo.
Se
fijó en las toallas que colgaban de la punta de su gran cama con antiguo
respaldar y pie en bronce, estaba húmeda pero sola, no había arrastrado ninguna
prenda al colgarla para que se seque…no quería entrar en desesperación, pero…
“Esta
gente por qué no hace la entrevista por meet, zoom o videollamada como todo el
mundo en este último año?”
El
margen se iba agotando, se miró en el gran espejo oval, y vio cara de
desesperación, no era la mejor propaganda para “venderse”, se había preparado
tanto para conseguir ese puesto, estudiado mucho, cuidado su aspecto personal….para
que se malogre por el único cubrebocas oscuro que tenía y que combinaba con el
acertado atuendo, elegido cuidadosamente para el puesto que ansiaba ocupar.
“Hasta he aprendido a sonreír con
los ojos”, parecía una banalidad, pero no lo era en absoluto,
con los labios cualquiera con buena dentadura podía hacerlo, pero transmitirlo
en la mirada…era todo un arte que le
debía a la desgraciada pandemia que los iba invadiendo cada vez más.
Por favor, por favor, por favor
imploraba en voz alta, juro que después de esto voy a a tener todo tan ordenado
que… “no voy a encontrar nada de nada”.
Porque
en su desorden ella se entendía, sabía qué eran y para qué cada uno de los
objetos que invadían su habitación como los tesoros de la cueva de Alí Babá, si
entrara y encontrara todo guardado en sus múltiples armarios, escritorio,
mesitas y placards…no tendría la mínima idea de por dónde comenzar a buscar.
Desanimada
se sentó en la punta de la cama…. “ya fue… me pongo cualquiera…es como ponerme
ropa interior roja con medias negras…”.
Ya
no había tiempo, tomó el primero que encontró en el cajón en que guardaba sus
medias, siempre los ponía en una esquina, un
papel asomó por debajo de algunos pares sueltos que todo cajón de media que se
precie de serlo, tiene, sus compañeras estarían escondidas en algún lugar
del lavarropas.
Tiró de la punta y lo leyó,
Primero
con sorpresa, luego con incredulidad y después con alivio.
Igual
fue hacia su móvil y se fijó en agenda, la fecha coincidía con la del pequeño
papel ayuda memoria, fue a su agenda manual, la que cada día le regalaba una
frase de los clásicos ingleses antes de dejar espacio para anotar los
recordatorios….también coincidía.
La dichosa entrevista que tan
emocionada, torpe, ansiosa e inquieta la tenía, era para dos días después,
había confundido la fecha con la hora, lo cual era rarísimo en ella porque para
todo lo que fuera estudio o trabajo tenía una memoria, capacidad y orden mental
que dejaba asombrado a más de uno.
Se
permitió reír, no sólo con los ojos sino a carcajadas, el sudor frio se retiró
de su cuerpo, el suspiro de alivio la invadió y lo exhaló, ya está, ahora sí, ahora había tiempo, tal vez había
llegado el momento de hacerse la vida un poco más fácil, que el caos que a
veces bullía en su interior no cobrara vida entre sus cosas, en su baño, su
cocinita, su minúsculo lavadero y su espaciosa y bella habitación que tanto
esfuerzo ahorro y trabajo le estaba costando mantener , la independencia de una
vivienda propia le parecía que era algo
sobrevaluado cuando llegaba el momento de pagar el alquiler, expensas,
servicios e impuestos…pero al llegar cada
día y dejar el mundo afuera se daba cuenta de que para ella no podía ser de
otro modo.
Apagó
el aire, abrió las ventanas de su pieza, corrió las cortinas, entró una brisa
que no era caliente, al contrario, se sacó la ropa que llevaba puesta, se puso
el short y remera de “estar adentro”, juntó las toallas, todas, las que estaban
puestas en el baño también, se agachó y sacó un par de medias de debajo de la
cama, juntó la ropa de los últimos tres días que estaban sobre la silla de su
pequeño y muy coqueto escritorito donde la note ocupaba casi todo el espacio,
siguió caminando por la casa, tomó la campera que estaba sobre la mesa del
comedor y los dos repasadores húmedos de la mesada, puso todo a lavar, las
prendas en el lavarropas y los repasadores en jabón blanco en un balde “como
hacía la abuela”.
Se
sintió mejor y envalentonada, sacó las sábanas de la cama y puso las nuevas,
puso también música fuerte, de esa que la ponía bien arriba, calentó agua para
el mate, apiló y clasificó los papeles de su escritorio, tiró la mayoría, le
pasó una franela y acomodó las lapiceras en el primer cajón junto con su
agenda.
Acomodó
las sillas, que estaban para cualquier lado, y las puso alrededor de la mesa,
descubriendo que le daba mayor espacio, sensación de amplitud, de comodidad,
como se sentía divertida buscó ¡y encontró! un bello porta macetas para
suculentas que su mamá le había regalado prometiéndose mentalmente pedirle
algunas para que quede más alegre y evitar llenarlo de llaves, botones, tapitas
y cualquier otra cosa que estuviese dando vueltas.
Las
llaves!, puso una panera chiquita de mimbre al lado de la mesita que estaba
junto a la puerta de entrada y las colocó ahí, las de la casa, las de la casa
de sus padres y las copias también.
Atacó
la cocina, pequeña y caótica, lavó no menos de seis vasos que se encontraban en
la mesada, cubiertos usados de a uno cada vez que necesitaba y se iban amontonando,
los puso a secar en la bacha del costado, guardó un par de ollas y asaderas
secas adentro de la cocina, abrió la ventanita que daba al patio donde la
sombra estaba ganando al impiadoso sol.
Se
quedó mirando a través de ella, lo miró como si fuera la primera vez… era
cuadrado, con lindas baldosas rojas y un cantero alegre que su madre había
colmado de un verde lujurioso….tenía un par de reposeras abiertas, estaba
pintado de un suave amarillo con paredes de contrastes en gris perla y un único
y gran macetón de barro cubierto de petunias.
Ahora
sí, se dijo, se iba a sentar con una cervecita helada y un tostado de abundante queso derretido a disfrutar del
ocaso de esa tarde que de todas maneras le había resultado muy provechosa, eso sí, el dichoso cubrebocas no había
aparecido, tal vez estuviera en la “panza del lavarropas junto a las medias que
solía tragarse”
Patricia
Figura, enero de 2021.