viernes, 22 de octubre de 2010

LA CASA VACÌA

La Casa Vacía
Ocupaba toda la esquina… y más.
Recuerdos imborrables de la adolescencia, la estrenamos para un baile en su garaje, los albañiles apuraron el baño y si bien faltaban detalles, la fiesta se hizo igual.
Muchísimo terreno, grandes canteros en el frente, una habitación para la mayor de las hijas, las otras dos compartían la misma vista al patio que pronto se convirtió en el amado jardín de la señora de la “casa linda”.
Fui casi una más, su mesa me era familiar tanto o más que la mía, más de una noche me cobijó cuando había ganas de dormir en casa de una amiga y charlar hasta tarde.
Los domingos siempre eran una fiesta de pastas caseras y salsa de pollo a la que le he hecho honor para alegría de la amada reina del hogar.
Los años fueron pasando, hubo épocas difíciles en el trabajo del hombre de la casa, la mayor se casó con su novio de toda la vida y se fueron a vivir al viejo continente, tuvo una hija que nació un día y medio antes que la mía, que por estar acá disfrutaron como si fuese nieta de ellos.
La más chica se fue a vivir sola.
La del medio, mi puente y ventana del querido lugar, nunca se decidió a terminar la facultad, en cambio trabajó desde chica y continuó en su hogar, cuidada, mimada, protegida y sí, porqué no malcriada también.
Las navidades eran a mesa vestida, con tíos, primos, parientes desamparados, amigos y quién no tuviera un abrazo seguro para fundirse en una fecha tan especial.
Al otro día se continuaba el festejo, con los manjares de la noche anterior y los adornos que la elegante señora de la esquina se afanaba en realizar.
Sus tortas de cumpleaños eran legendarias, su marido nada le negaba, no siempre fueron felices, había sombras en el techo, pero fue un buen hogar.
Incluso cuando el monstruo llegó, la enfermedad lo postró primero a él, años de arduo trabajo y dolor, aún así, madre e hijas se unieron para sobrellevar una situación difícil y compleja, donde cada uno debía colaborar para que todo no se derrumbara en un abrir y cerrar de ojos.
La de ella fue mucho más rápida y letal, en un año de frustración, enojo y desazón la vida se le escurrió de las manos y nosotros aún decimos por qué?, tan joven y con tantos proyectos,… por qué?
Pensamos que al poco tiempo él se iría también, pero los cuidados, amorosos, cansados, fastidiados y continuos de sus dos hijas menores lograron la increíble posibilidad de que conociera y disfrutara de una nietita más, chiquita, argentina, que vivió en una casita al fondo del que fuera antes “el jardín de mamá”.
La casa de la esquina sufrió algunos cambios, ya no hay un gran patio de tierra donde “dormía el camión” con portón de rejas y ladrillos vistos, ahora en su lugar hay un galpón donde los del barrio guardamos nuestros vehículos, muy pegada y unida a la casa está la vivienda de la menor y su familia reciente, las habitaciones siempre pequeñas ahora están abarrotadas de testimonios de ambas enfermedades, ayudas que en su momento sirvieron para hacerles un poco más fácil la vida a los dueños del hogar.
Sólo la del medio continúa viviendo entre sus paredes tan concienzudamente diseñadas en los ochenta.
En sus placares empotrados de vez en cuando busca una prenda, un perfume, una caricia que ya no es posible responder.
Ahora la casa está vacía por primera vez, los años y la casualidad quisieron que mi propia casa quede en diagonal a la que fui tan feliz, y no me gusta pensar que aquellos que amé ya no están.
Sus múltiples ventanas con barrotes de madera están oscuras, la luz del porche no se enciende al atardecer y como no es necesario que nadie acompañe el deterioro de sus habitantes mayores, no es el lugar donde “siempre hay alguien”, donde acostumbrábamos a dejar llaves o recados.
Igual, no es así como la veo en mi mente, para mí es aquella de la noche del baile, iluminada, fresca y con el olor a pintura reciente.
O la que me cobijó después, con la mesa de los domingos y el sonido de las carreras de auto en el tele, con las voces de sus habitantes que me abrieron sus puertas durante más de treinta años.
Los canteros del frente, altos, amplios y podados, aún guardan secretos adolescentes de nenas que ya no lo volverán a ser.
Pero tengo fe, que pronto todo comience otra vez, que la familia se agrande, que los chicos jueguen en el patio aunque ya no sea tan grande como antes, que el garaje cobre vida con largas mesas de cumpleaños y la música suene fuerte, la cocina bulla de actividad y la risa tan escasa en los últimos años se haga presente para los que encuentren entre sus muros la posibilidad de un momento compartido, ahí, donde mis amigas y yo fuimos tan queridas, en la casa linda de la esquina.

Patricia, junio de 2009

2 comentarios:

  1. La casa de la esquina ...me hizo recordar a mi propia casa , cuando fuimos a habitarla , donde haciamos"asaltos", tiempo de alegria . Me parece recordar el aroma de los pancitos que hacia mamà ...sus plantas ..uf!!!! cuàntos recuerdos! bellos y no tanto trajiste a mi memoria Patricia
    Gracias!

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  2. si uno pudiera hacer un viajecito al ayer... no? cuàntos besos sin motivo darìamos, cuàntas horas màs bailarìamos y cuàntos sueños sin despertar tratarìamos de revivir!...quièn no tuvo cuatro paredes màs significativas que otras?.

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