viernes, 10 de enero de 2020

Separadas, pero juntas.


SEPARADAS,  PERO JUNTAS.

La belleza de los lagos sureños la tenía subyugada, todo parecía quieto, pero estaba en constante movimiento, como su interior, sus emociones, su tristeza que iba y venía en oleadas, que la ahogaba…hasta que exhalaba ese suspiro reparador,
Había días en que el dolor quedaba encapsulado, guardado en un cofre de abrazos y contención tejido por los que amaba y la amaban.
Otros que parecía un dique que abrió sus compuertas amenazando ahogarla.
Les había ocurrido a todos…cada uno lo vivía como podía, se daba cuenta de que delante de ella se mostraban más fuertes de lo que en realidad se sentían, eran una bendición absolutamente todos y cada uno de ellos, con sus similitudes y diferencias, con esos rostros y gestos que hacían recordar a quien ya no estaba…era como que su sonrisa y su mirada buena jamás se iba a ir del todo.
El fin del mundo quedaba cerca, no había distancia geográfica que mitigara lo que llevaba en su alma, pero ahí, en ese cielo cubierto de estrellas, con las montañas que lo acariciaban y esos espejos de agua que lo reflejaban se sentía más cerca de ella, más en armonía.
A lo lejos vio a sus nietos haciendo equilibrio en la tabla, se reían, una de sus tías estaba con ellos, querían que subiera, ella los quería filmar y compartir ese instante en las redes
Su esposo comenzaba con el fuego en la galería cubierta, chivito patagónico, esa era su terapia, su momento en que al acomodar las brasas del asador, daba una vuelta a las de su alma,
Sentados en  lonas, abrigados, conversaban cerveza de por medio el resto de la familia, el atardecer era de fotografía….capturar instantes, buscó su celular al que muy poco le prestaba atención, pero que era el cordón umbilical que la mantenía unida a ellas, las “inseparables” estén donde estén cada una, en las buenas, en las no tan buenas y en las mejores, que las hubo y muchas.


Capturaba cada rayo de sol, necesitaba sentir que la piel le ardía, el sonido del mar era hipnótico, había viento, como siempre, estaba acostumbrada al clima esteño, donde hubiera mar y sol era su lugar en el mundo… al menos por ese instante.
Escuchaba a su hija y amigas ensayar uno de sus últimos temas junto a sus amigas, tenía un evento a la noche…después de tantos años de intentos la cosa se estaba encaminando…sonrió satisfecha.
Había recorrido el mundo varias veces, primero con ”ellas” como artistas, luego con su esposo, hijos, por la profesión de su marido, pero lejos de ser una snob, era brillante, cálida, contenedora, le gustaba organizar su pequeña huerta, ver el crecimiento de su jardín lujuriosamente verde, estar cerca de sus nietos, jugar, sacarles fotos, buscarlos del colegio…
Sabía rodearse de lo que le hacía bien, ponerse fuerte para ayudar, abrazar, dar la dosis de humor y optimismo que tanto confortaba al que la recibia.
Escuchó el sonido de la moto de su marido entrando por el camino que daba a la playa, mentalmente lo vio dejando el casco que protegía su codo,  dejando la campera de cuero apoyada en algún lugar, levantándose los lentes de sol, buscarla en la arena con la mirada y acercarse a paso ágil, jovial, como siempre, como cuarenta años atrás.
Podían predecirse...¿eso era malo?, ¿restaba emoción?.  Ella sabía de artilugios y escaramuzas para vencer el tiempo… aún lo deseaba, aún la deseaba.
Se sentó un rato a su lado, le preguntó si iban a ir al evento de la menor, quedaron en acompañar entre bambalinas y sentarse en algunas de las mesitas un rato, la noche anterior se habían “guardado temprano”, fue noche de scrable y champagne, con trampas incluidas que provocaban la risa de ambos.
Cuando volvió a quedar sola, en la paz de esa playa alejada de la “movida del este”, su mente fue invariablemente a sus amores, ellas, las incondicionales, se preguntó como estaría la “sureña”, aún no había hablado con ninguna en el transcurso del día.
Tomó el celular que tenía junto a la novela que leía de a ratos y se colocó los lentes para mandar un mensaje al chat privado de las tres.


Orgullosa miraba como su nieto había aprendido a nadar, sin bracitos ni chalecos, tan chiquito en una pileta tan inmensa…se escuchaban las carcajadas de sus hijas que extraordinariamente habían coincidido en el mismo sector del planeta y se aprovechaban al igual que sus pequeños de todas las edades.
Ella amaba a su familia, a su adorada, imperfecta, frondosa y maravillosa familia.
Eran hermosos, sanos, jóvenes, trabajadores, exitosos….¿donde estaba la imperfección?.
En que estaban lejos, la mayor parte del tiempo se la pasaba extrañándolos, tratando de cubrir ese volcán de amor que la invadía con videollamadas, mensajes, chats….no era lo mismo, pero eran una gran cosa… muy distinto a cuando ella y sus “otras dos partes de sí” recorrían el mundo deslumbrando en los mejores escenarios.
Levantó la vista y vio a la “Reina Madre”, el roble de la familia que artísticamente estaba en el borde, tomando sol con una de sus elegantes gafas a tono con la enteriza.
Dio gracias a Dios mentalmente por eso.
Era su turno de tirarse de cabeza, se habían sumado dos nietos más y se lo reclamaban a coro.
Feliz les propuso otro desafío, después vendría la merienda en la galería, con chocolatada fresca y algo rico para comer, descansando la mirada en el verde del parque, mechado de colores por los juguetes esparcidos.
La casa estaba vibrante de vida.
Su marido se acercó, lo traía medio a la rastra uno de los chicos… se zambulló y aplaudieron…eran felices con tan poco y a la vez era tanto.
Pensó en ellas, estaban todas separadas, pero unidas, juntas… fue a buscar su celular que estaba junto a su toalla…iba a mandar un videíto al chat privado…vió que estaban entrando mensajes desde dos puntos diferentes…hasta en eso estaban conectadas… era así, era intuición, era magia, era amor.
Para uds…que desde lo público y lo privado ( maravillas del chat) me hacen sentir parte de quienes creí jamás poder llegar a tener tan cálida relación.
Mi primer cuento del año.


Patricia Figura, enero de 2020




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