domingo, 30 de junio de 2019

A TRAVÉS DEL CRISTAL DE LA VENTANA.


A través del cristal de la ventana.

De chica le llamaron siempre la atención las ventanas, cuánto más grandes e inmaculados sus cristales, más acaparaban su atención.
En la época en que leía novelas góticas, podía imaginarse los angostos y emplomados vitreaux que coronaban alguna vieja mansión de piedra, con parque antiguo, fuentes ennegrecidas por el tiempo, trajes antiguos rozando escalinatas de mármol, porte altivo que ella intentaría imitar frente a l gran espejo de su habitación de niña que por fin duerme sola.
Más de una vez se vino a su mente, a medida de que fue creciendo, las palabras de Mark Twain por boca de uno de los personajes de Principe y Mendigo, donde se hablaba de agregar impuestos a las humildes viviendas del barrio marginal, de acuerdo a la cantidad de ventanas que tuviera.
La respuesta negativa de quién en ese momento era el falso rey, quedó en ella para siempre… las ventanas son la única manera de viajar que tiene el pobre, de ver algo más que las paredes enmohecidas durante los largos días de invierno o enfermedad.
Cuando pudo elegir ella misma sus viviendas, dentro de sus posibilidades económicas, siempre buscó que tuviera ventanas amplias que dieran al exterior, a la calle, al asfalto, a la gente que transitaba de un lado al otro.
Era por momentos ese mendigo, queriendo ampliar su horizonte, su panorama, su visión, se aferraba al marco que encuadraba su vista hacia el afuera, sobre todo en los períodos de encierro cuando algún hijo estaba enfermo.
Cuando la vida la cansaba, agobiaba, no le daba respiro, la entristecía o angustiaba, instintivamente se acercaba a la ventana más grande con salida al patio o a la terraza, se llenaba los ojos de cielo y verde… le gustaba que los cristales, si bien la resguardaban del frio exterior, parecieran no existir.
Pensó en él, en los años juntos, en los hijos que iban creciendo, en los conflictos financieros, en las repercusiones que esto traía en la salud familiar, en las presiones laborales, familiares, en los amigos de siempre, en sus propios temas de zozobra, en las distancias que ya no iba a poder salvar, en las recurrencias con los errores propios o ajenos, en su terapia de psicoanálisis en la que invariablemente lo fortuito interfería cada vez que llegaba a un punto álgido y después ya no podía retomar, en el gimnasio al que ya no podía asistir por estar bajo horarios ajenos y propios….sentía que había cavado su propia fosa…tal vez una fosa de amor….pero fosa al fin.
Siempre fue de naturaleza alegre, fantasiosa, divertida, sintiéndose más de una vez responsable de justificar su sonrisa mientras iba de un lado al otro y la gente la miraba con cara de “qué motivos tendrás para ir riendo”, “ esta seguro que vive fuera de la realidad”, “ no debe tener problemas”…hasta que dejó de sentir esa necesidad de justificar sus momentos de bienestar, eran su derecho… casi su deber.
Un pájaro bello, con  un trinar melodioso que ella desconocía, se posó en uno de los árboles frutales que había en su jardín florido, lo observó libre, eligiendo, quedándose exactamente donde quería, retomando su vuelo cuando tuviera ganas…lo envidió, se le ocurrió que no tenía responsabilidades, ni familia que sostener, ni obligaciones cotidianas, no hogar que mantener, hijos que alimentar o pareja que cada cinco o seis años entraran en crisis…y eso que las crisis ayudan a evolucionar…no quería crecer más.
Tal vez estaba prejuzgando al pobre ave.
Tal vez estaba buscando ramas para su nido, se acercaba la noche y su familia podía estar a la intemperie.
Tal vez su hembra estuviera cuidando de los pichones calentita en alguna otra rama y él debía llevarles el alimento diario.
Tal vez alguno de ellos estaba herido por alguna gomera de algún sádico probando puntería y él buscara ayuda.
Tal vez.
Era uno de esos días malos en que todo parecía funcionar perfectamente menos su vida y su entorno.
Si tenía que pensar en qué era lo que la tenía mal, no podía referirse a algo puntual, o a algo más grave de lo que  le sucedía al común de la gente.
Sabía que en algún momento todo se acomodaría, su optimismo ganaría la batalla y la calma familiar volvería a reinar en el hogar, su fastidio mal disponía a todos y sus demandas la alteraban a ella, era un círculo… todo era cuestión de romperlo.
Pero cómo?. Sabía que la respuesta no la hallaría con ese estado de ánimo.
Mientras daba curso a sus tribulaciones el pájaro héroe o abandónico, nunca lo sabría, se había marchado, ella seguía allí, pegada a los cristales…. suspiró,  fue en busca de algo rico en la heladera, no había nada, no había tenido ganas  de ir al súper, se encogió de hombros, fue a su habitación, se sacó las pantuflas, se puso las botas bajas, la campera abrigada y salió a buscarse un chocolate.
Cuando la kiosquera le preguntó cuántos, ya que normalmente llevaba uno para cada miembro de la familia, le respondió con una sonrisa: “uno solo, para mí, me lo llevo puesto”.


Santa Fe, junio de 2019

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