A través del cristal de la ventana.
De chica le llamaron siempre la
atención las ventanas, cuánto más
grandes e inmaculados sus cristales, más acaparaban su atención.
En la época en que leía novelas
góticas, podía imaginarse los angostos y emplomados vitreaux que coronaban
alguna vieja mansión de piedra, con parque antiguo, fuentes ennegrecidas por el
tiempo, trajes antiguos rozando escalinatas de mármol, porte altivo que ella
intentaría imitar frente a l gran espejo de su habitación de niña que por fin duerme sola.
Más de una vez se vino a su mente, a
medida de que fue creciendo, las palabras de Mark Twain por boca de uno de los
personajes de Principe y Mendigo, donde se hablaba de agregar impuestos a las
humildes viviendas del barrio marginal, de acuerdo a la cantidad de ventanas
que tuviera.
La respuesta negativa de quién en ese
momento era el falso rey, quedó en ella para siempre… las ventanas son la única manera de viajar que tiene el pobre, de ver
algo más que las paredes enmohecidas durante los largos días de invierno o
enfermedad.
Cuando pudo elegir ella misma sus
viviendas, dentro de sus posibilidades económicas, siempre buscó que tuviera
ventanas amplias que dieran al exterior, a la calle, al asfalto, a la gente que
transitaba de un lado al otro.
Era por momentos ese mendigo, queriendo ampliar su horizonte, su
panorama, su visión,
se aferraba al marco que encuadraba su vista hacia el afuera, sobre todo en los
períodos de encierro cuando algún hijo estaba enfermo.
Cuando la vida la cansaba, agobiaba,
no le daba respiro, la entristecía o angustiaba, instintivamente se acercaba a
la ventana más grande con salida al patio o a la terraza, se llenaba los ojos
de cielo y verde… le gustaba que los
cristales, si bien la resguardaban del frio exterior, parecieran no existir.
Pensó en él, en los años juntos, en
los hijos que iban creciendo, en los conflictos financieros, en las
repercusiones que esto traía en la salud familiar, en las presiones laborales,
familiares, en los amigos de siempre, en sus propios temas de zozobra, en las
distancias que ya no iba a poder salvar, en las recurrencias con los errores
propios o ajenos, en su terapia de psicoanálisis en la que invariablemente lo
fortuito interfería cada vez que llegaba a un punto álgido y después ya no
podía retomar, en el gimnasio al que ya no podía asistir por estar bajo
horarios ajenos y propios….sentía que
había cavado su propia fosa…tal vez una fosa de amor….pero fosa al fin.
Siempre fue de naturaleza alegre,
fantasiosa, divertida, sintiéndose más de una vez responsable de justificar su
sonrisa mientras iba de un lado al otro y la gente la miraba con cara de “qué
motivos tendrás para ir riendo”, “ esta seguro que vive fuera de la realidad”, “
no debe tener problemas”…hasta que dejó de sentir esa necesidad de justificar
sus momentos de bienestar, eran su derecho… casi su deber.
Un pájaro bello, con un trinar melodioso que ella desconocía, se
posó en uno de los árboles frutales que había en su jardín florido, lo observó
libre, eligiendo, quedándose exactamente donde quería, retomando su vuelo
cuando tuviera ganas…lo envidió, se le ocurrió que no tenía responsabilidades,
ni familia que sostener, ni obligaciones cotidianas, no hogar que mantener,
hijos que alimentar o pareja que cada cinco o seis años entraran en crisis…y eso que las crisis ayudan a evolucionar…no
quería crecer más.
Tal vez estaba prejuzgando al pobre
ave.
Tal vez estaba buscando ramas para su
nido, se acercaba la noche y su familia podía estar a la intemperie.
Tal vez su hembra estuviera cuidando
de los pichones calentita en alguna otra rama y él debía llevarles el alimento
diario.
Tal vez alguno de ellos estaba herido
por alguna gomera de algún sádico probando puntería y él buscara ayuda.
Tal vez.
Era uno de esos días malos en que todo parecía funcionar perfectamente
menos su vida y su entorno.
Si tenía que pensar en qué era lo que la tenía mal, no podía referirse a
algo puntual, o a algo más grave de lo que le sucedía al común de la gente.
Sabía que en algún momento todo se
acomodaría, su optimismo ganaría la batalla y la calma familiar volvería a
reinar en el hogar, su fastidio mal disponía a todos y sus demandas la
alteraban a ella, era un círculo… todo
era cuestión de romperlo.
Pero cómo?. Sabía que la respuesta no la hallaría con ese estado de
ánimo.
Mientras daba curso a sus tribulaciones
el pájaro héroe o abandónico, nunca lo sabría, se había marchado, ella seguía allí, pegada a los cristales….
suspiró, fue en busca de algo rico en la
heladera, no había nada, no había tenido ganas
de ir al súper, se encogió de hombros, fue a su habitación, se sacó las
pantuflas, se puso las botas bajas, la campera abrigada y salió a buscarse un
chocolate.
Cuando la kiosquera le preguntó cuántos,
ya que normalmente llevaba uno para cada miembro de la familia, le respondió
con una sonrisa: “uno solo, para mí, me lo llevo puesto”.
Santa Fe, junio de 2019
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