Crecí
en Abasto.
Y
esa es una afirmación que nace muy dentro de mí.
No tengo ninguna duda de que todo
lo vivido durante estos dos últimos años ha marcado mi forma de ver, sentir,
pensar, actuar de una manera más que relevante y no solo fue para bien, sino
para mejor.
Crecí
en la zona sur de nuestra ciudad costera y toda la vida escuché hablar del “viejo
mercado de abasto”, el que se hallaba situado antiguamente en lo que hoy es una
de las grandes avenidas casi céntricas del lugar.
El
“norte de la ciudad” para mí eran un par de cuadras pasando boulevard Gálvez y
poco más, es indudable que no sólo yo fui creciendo, la ciudad también y sobre
todo en los últimos años en que
realmente floreció a los ojos de todos y donde se puso en valor lugares que por
años fueron sólo edificios fantasmas.
Un
día llega a mí, docente del nivel inicial, una propuesta laboral, estaba
convocada para formar parte del Sistema de Educación Inicial de los Jardines
Municipales de Santa Fe.
“Sería en el norte de la ciudad, en
Abasto”.
Otra
vez el nombre significativo para mí, pero “ése” ya no existía hacía años y solo
tenía una vaga idea del otro que había dado origen al barrio en el cuál debía
desempeñar mi tarea y que hoy siento
también mi hogar.
En
cuestión de minutos acepté y siguiendo mi intuición no dudé ni un instante aún
cuando no tenía idea de donde quedaba y las calles que me mencionaban me eran
desconocidas.
Sabía
que los Jardines Municipales quedaban en zonas vulnerables de mi ciudad, esas
en las cuales a uno no se le ocurría
transitar solo, o de noche, donde las noticias las mencionaban en policiales…hoy son las calles que al ir llegando cada
mediodía, me reciben rostros familiares, cansados en su lucha, jóvenes con sus
hijos a cuesta yendo de un lado al otro, niños que saltan de alegría junto a
sus tíos, abuelos y primos que también han transcurrido su vida en el barrio.
La
primera vez que llegué fue en compañía
de mi esposo que me enseño la ruta por autopista, me hizo buscar referentes
para darme cuenta donde cambiar el rumbo, bajar por la teniente loza y de ahí
buscar la asfaltada para entrar hasta el que sería mi jardín…. Blanco, amplio y cálido, listo para recibirme.
En seguida me familiaricé no sólo
con el trayecto, que es como un descanso que me desconecta de mi realidad de
mamá, esposa, ama de casa, remisera de tiempo casi completo, etc, para ir poniéndome
de a poco en la piel de la “seño Patri”
que invariablemente habita en mí, sino con el querido lugar, las casitas que
fui conociendo y alegrándome con sus mejoras, las plantas que fueron creciendo,
floreciendo, decayendo en el invierno para volver en la primavera con mayor brío,
los colores, sus calles, los grandes bloques naranjas, las chapas refulgentes
de sol, la pintura a la cal, los contrastes con frentes pintados en tonos
fuertes, realzados con árboles
frondosos, alguna oveja, un gallo que cruza la calle cuál peatón, los
perritos que reciben mi final de recorrido hasta llegar a esa gran esquina
blanca con el nombre de nuestro refugio feliz, testigo de amor, compañerismo, solidaridad,
escucha, abrazos, caricias, descanso , juegos y sueños compartidos.
Sin
bien ahora bajo por la ruta que está a escasas dos cuadras del jardín, no me
privo de ir tocando bocina y saludando a los pequeños que ya conocen el
vehículo y esperan el gesto.
Sin
duda puedo decir que crecí en Abasto.
No soy la misma que
llegó hace casi dos años atrás.
El
vínculo estrecho con las familias que tanto ayudan, alimentan y acortan el
espacio entre sus realidades y la institución que abraza a sus hijos.
Mis
compañeras que están sin días ni horarios dispuestas a colaborar, enseñar,
acompañar…el corazón de nuestro querido lugar, “la” asistente que creció y transcurrió sus días en esa misma
coordenada geográfica, crió, educó a sus hijos y trabajó desde la infancia.
Los
días de lluvias, a veces sin niños presentes pero siempre trabajando para la
calidad de lo que se les ofrecerá mientras las lenguas van más rápido que las
manos en ese tiempo compartido donde ponemos en la charla nuestros desafíos,
dolores, alegrías y tristezas.
Abasto para siempre va a provocar
música y calidez en mi alma, muchos pares de ojos dulces,
asustados, confiados, alegres o expectantes van a dibujarse cada vez que
escuche hablar del lugar.
Para
siempre va a quedar ligado a mí desde la risa de los niños, un patio de juegos
donde las aventuras en toboganes se mezclan con bloques grandes que se
transforman en las estructuras más increíbles, un tiempo de muñecos, carteras y
disfraces, un tiempo de descanso con música de Mendelshonn, Grieg, Beethoven,
Tchaicovsky permitiendo el vuelo de la
imaginación y atravesando los límites de nuestro lugar de bienestar para llegar
también a los alrededores.
Abasto, sabor a paz, a trabajo, a
dignidad, a desafío, a progreso….pero sobre todo a crecimiento más allá de lo
personal.
Dedicado
a todos y cada uno / a de los maravillosos seres que he conocido gracias a los
Jardines Municipales y rogando que Dios siempre me lleve al mejor lugar,
sintiendo que los caminos de mi vida se tejen y nutren de las buenas personas
que transitan algún tramo junto a mí.
Patricia
Figura, octubre de 2018
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