FELICES LOS CUATRO.
Cuando la
conoció, se dio cuenta de que no iba a
ser sencilla la relación.
Trabajo
nuevo, compañeros nuevos, directivos más nuevos aún.
Ella se
reincorporó de las vacaciones y fueron presentadas como al pasar.
La saludó
como al descuido mientras intentaba comunicarse telefónicamente con uno de los
capos del lugar, al parecer había un
error y “la nueva” iba a ocupar el lugar que le correspondía a ella.
No era por
jerarquía.
Era porque “su” lugar era “su” lugar.
Eso lo
pueden entender personas que se han tenido que abrir paso a los codazos y con
los prejuicios sociales a cuesta del donde venís, cuál fue tu entorno, que son
tus viejos, y la periferia que pesa en tu haber, más allá de un lugar laboral
ganado a fuerza de estudio e inteligencia media no siempre utilizada para el
propio bien.
Suspiró y
esperó, no tenía sentido alguno discutir.
Que lo
resuelvan los de arriba, a ella le daba lo mismo un lugar que otro, valoraba
demasiado la oportunidad como para malograrla poniéndose de punta el primer día
por algo que en definitiva iba a ser un aprendizaje total ya sea en uno como en
otro sitio.
Zanjada la
cuestión, organizaron el trabajo en equipo, casi unilateralmente…. La nueva
tendría que demostrar que sabía lo que hacía si quería ser tenida en cuenta en
la toma de decisiones.
Poco a poco
y con el correr de los meses, la chica del lugar, que marcaba territorio
permanentemente y no dejaba olvidar a nadie en su sector que había estado ahí
mucho antes que los demás y seguramente
peleando mucho más para conseguirlo con su procedencia de zona de barrio marginal, humilde y difícil, se dio cuenta que la nueva sabía escuchar, podía depositar todo su
dolor, frustración, enojo, impotencia y obsesión por una pareja que de tal
tenía muy poco.
Así día a
día, si no había un blanco laboral, ella lo inventaba, la nueva le prestaba su
oído, durante monólogos interminables, donde los ojos oscuros, brillantes, eran
capaces de destilar veneno, rabia, heridas abiertas, ventilar injusticias, para finalizar apagándose, sabiendo que
su portadora al cabo del día continuaría eligiendo para sí, el mismo tormento
de siempre.
El tiempo
fue transcurriendo.
Rara vez se
interesaba en lo que le pasaba a los demás, ella cada día tenía un capitulo
nuevo, aunque plagado de situaciones repetidas hasta el cansancio, de su
tortuosa relación matrimonial.
Y la nueva tenía un defecto terrible… no
era cómplice.
No le decía lo que ella quería oír.
No le doraba la píldora.
No le veía el costado bueno al partenaire
en cuestión.
Así fueron
conformando un trio donde una sola persona conocía a todos los integrantes del
juego.
Él cada día
redoblaba la apuesta, exigía más, dinero, compras, créditos, garantías, noches
interminables con amigos y cervezas…brindando migajas sexuales algún que otro
amanecer.
Ella más de
una vez quedaba estática, ensimismada, buscando soluciones, esperando al mago
que saque de la galera la panacea para todos sus males….o su debilidad, que le
acarreaba todas las plagas de Egipto.
También había otras…Siempre las hubo entre
una y otra temporal separación.
Incluso relaciones largas.
Con consecuencias.
Todo fue perdonado una y otra vez.
Era un misterio sin resolver por qué quería
eso para ella.
Era joven,
tenía carácter, fortaleza, era armónica en su belleza no convencional.
Pero había
aprendido las mil y una maneras de justificar la relación, la conducta de él,
le creía, aceptaba sus abrazos como si fueran el cerco más seguro del mundo.
Y un día
llegó la noticia.
Le hizo una
seña con la cabeza a la nueva.
Ésta ya sabía
que algo grande, diferente había sucedido, la mirada no era la misma, los
movimientos acelerando el trabajo para poder adelantar el momento de la charla,
la impaciencia en su voz.
Tal vez la
venda había caído por fin. Tal vez había escuchado las incansables palabras de
su madre. Tal vez él decidió parar el juego… después de todo, qué más le podía
sacar? Tal vez todas las fichas habían caído juntas. Tal vez logró oírse a sí
misma en su sesión semanal de análisis. Tal vez…
Cuando por fin
lograron hacer un impasse laboral y compartieron juntas un mate en la cocina,
ella en esos arranques donde quedaba cohibida, tímida, y el gallo cocorito se
transformaba en un pollito mojado, le dijo simplemente: “ahora sí todo va a
cambiar, las cosas van a ser distintas por fin, mira”, la nueva, que ya se
sentía vieja en todo este devenir la miró con los ojos incrédulamente
dilatados.
Tomó muy
despacio el celular que la otra le extendía para que viera en la imagen el
motivo del “milagro” que iba a suceder.
Miró con atención y trató de dominar el
nudo que se le formó en la garganta, los ojos se le humedecieron y no quiso
parpadear para que la otra que la miraba expectante no notara su angustia.
¿Cómo podía ser que fuera tan ciega? ¿Qué no le dolieran las mil y una
humillaciones a las que él la había sometido durante tantos años?¿Las obvias
mentiras? ¿Las falsas promesas?
Levantó la mirada y la enfrentó como pudo, haciendo una pregunta
tonta: “ Es tuyo?” refiriéndose al test de embarazo que marcaba positivo en la
pantalla del celular.
_Obvio, de quién sino?. Te das cuenta de que por fin vamos a ser una
familia? Que ya son otras las responsabilidades, la realidad? Ahora si o si
todo va a ser diferente. Esto es lo que necesitábamos para poder dar otro
rumbo, me entendés?
Ciertamente que no la entendía, o mejor dicho, no compartía su manera
de ver las cosas, aún le causaba asombro descubrir cómo alguien que sabía
enfrentarse a matones de barrio,
ladrones adolescentes y salir airosa, podía creer que un hijo haría
transformar en otra persona al egoísta y terriblemente ventajero hombre del cual
se había enamorado.
No supo qué decirle, qué
responderle, no le daba el alma para compartir sus pensamientos… y por otro
lado sabía que era completamente inútil, así que sólo se limitó a abrazarla muy
muy fuerte y desearle toda la felicidad que un bebé podía aportar a su
tormentosa vida.
Pero por dentro era otra cosa, se imaginaba todas las jornadas que se
avecinaban, las quejas sobre el desinterés y abandono de él, los engaños, los
malabares económicos cuando naciera el querido bebé…
En fin…feliz, si por momentos
sería muy feliz, eso es inherente a la maternidad independientemente de las
circunstancias en que te encuentres y por otro lado la letra de una conocida
canción se le vino a la mente, sabiéndose tan involucrada en esta historia que
ojalá pudiera tener no un final, sino un “continuará” más feliz: y el “ felices, felices los cuatro” no la abandonó
por el resto del día.
Patricia Figura, febrero de 2018
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