jueves, 6 de octubre de 2011

La vieja quinta familiar.

La vieja quinta familiar.
La densa vegetación le tapaba la visual a  unos pocos metros de distancia.
Escuchaba el río, lo olía, pero no podía verlo.
Los eucaliptus crecían en desorden, altos, imponentes, aromáticos, el colchón formado por sus diversas hojas crujía a su paso, la humedad y el sol la hacían trasladarse en una bruma verde, como en un sueño, pero esta vez era real, no iba a despertarse, llegaría al final del pequeño y abandonado bosquecito…. Encontraría las aguas agitadas, la orilla.
Bebió despacio de la botellita de agua semi congelada, peló un par de caramelos masticables y guardó sus papelitos en la bolsita que los contenía.
Los rayos comenzaron a penetrar el túnel natural… los frutales, más bajos y espaciados dejaban ver recortes de un cielo diáfano  y azul como en las películas de Disney.
El gorjeo de los pájaros y algunos jejenes quebraron la paz de esa siesta primaveral.
Una sonrisa amplia se dibujó en su rostro… pudo divisar el portón de hierro y entramado, estaba algo oxidado en algunas partes y el cerrojo no cedió fácilmente… pero pudo pasar al caminito de tierra que daba a los fondos de la vieja propiedad y caminar hacia el rio, que aparecía majestuoso, errático, barroso….
 Suspiró y después de tantos años, disfrutó de esa postal nuevamente.
Durante mucho tiempo, esa vieja construcción había pertenecido a la familia por el lado de su padre, era “la quinta”, donde los fines de semana se dejaba atrás el calor de la ciudad, los bocinazos, el asfalto y se buscaba el fresco de las sombrillas de color, las galerías rodeadas de mosqueras donde todo bichito quedaba fuera, las arboledas o al caer de la tarde la piscina grande, rectangular, profunda en uno de sus extremos, donde los más chicos aprendían a nadar, los grandes se zambullían desde el pequeño trampolín y las mujeres se bronceaban en pesadas reposeras de caño y lona.
Un rato de mate, facturas, jugar al tenis, al truco, las escondidas, salir a explorar los alrededores y la infaltable cervecita con la picada antes del asadito nocturno.
La casa principal dividía la propiedad en dos, adelante estaban las cocheras, otra construcción más pequeña que jamás se terminó, un pequeño jardín y algunos árboles, en dos de los cuales colgaban sendas cabezas de esqueleto de vaca.
Era colonial, de los años sesenta, paredes anchas, interior muy fresco, tejas españolas, muebles antiguos, camas de bronce, colchones de pluma de ganso que provocaban el deleite de los chicos de la familia que saltaban de una a otra hasta que algún mayor ponía fin a la diversión.
Comedor cómodo, típico de una casa de campo, con cuadros alargados de marcos oscuros, mesitas talladas con lámparas que asemejaban faroles a  kerosene.
Rara vez se usaba, por lo general se almorzaba bajo los árboles y a la noche en las galerías, con sus bancos alargados y sus pesadas y toscas mesas cubiertas de hule.
En la parte de atrás los frutales, la piscina y el río
Ahora todo parecía más chico.
De un día para otro, no se pudo ir más, problemas familiares, abogados, deterioro, abandono, egoísmos, tristeza, separaciones, veranos tórridos en el calor salvados por alguna que otra vacación en el mar o en la montaña.
Los años transcurrieron y los chicos se hicieron hombres y mujeres cada cual con su rumbo, incluso algunos que se veían sólo allí, dejaron de ser parte de un grupo, no se supo más de ellos o los caminos transitados al dejar la niñez atrás.
Cada tanto, tomaba el auto y pasaba por el frente del lugar que alguna vez había sido testigo feliz de su infancia.
Cada rincón tenía un recuerdo.
Podía ver a su mamá con las otras mujeres preparando las meriendas de los chicos o asomándose  por alguna ventana para controlar “que estuvieran todos bien”, a su hermanito con el andador trabándose en el pasto, a los hombres alrededor del asador, las nenas haciendo “experimentos” con las diferentes muestras tomadas de la naturaleza que las apabullaba.
Había mucho color, risa, chistes, música de la época y la pileta con su agua clara y los inflables dando la nota alegre en las fotografías setentosas.
Volvió sobre sus pasos, cerró el portón y regresó…los árboles seguían majestuosos alcanzando el cielo, el perfume de sus hojas era típico… la fachada de la casa estaba descascarada y algunas persianas vencidas, de un celeste deslucido, las tejas de un naranja pálido exactamente como las recordara, las rejas negras que rodeaban las galerías seguían sosteniendo la vieja mosquera, no vio las cabezas de vaca, pero sí a la vieja piscina, rajada, vacía, despintada…
Nada que no se pudiera reparar.
La casa estaba muy bien construida, como las de antes, el césped volvería a ser verde y fresco, nuevas flores crecerían en parterres, los chicos podrían ayudar, sería divertido, un proyecto familiar para que disfrutaran lo que antes, otros habían vivido con alegría.
Para la pile habría  que llamar a quien entendiera del tema…. Y volver a ahorrar para dejarla en condiciones, lo importante es que después de tantas décadas, la quinta volvía a la familia.
Y con ella las reuniones de los sábados, los picnics, las fiestas, los veraneos accesibles, incluso ahora con la autopista en quince minutos estaba allí desde su casa en pleno centro.
Con algo parecido a una sonrisa de satisfacción, salió de la antigua quinta familiar, subió a su coche y fue  despacio y disfrutando el paseo, a reunirse con los suyos a invitarlos a compartir su vuelta a un espacio que alguna vez fue muy querido para todos.

Patricia Figura, octubre de 2011… ( a la quinta de Manucho… a la que nunca dejé de extrañar).

4 comentarios:

  1. Me encantó... Entre las brumas del recuerdo, nube y raíz, la casa de la infancia...

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  2. sin nuestras raìces querida Norma y sin nuestros techos.... què serìa de nosotros?.
    gracias por tu comentario tan gràficamente exrpesado.

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  3. Hermoso, con los avatares que suelen ser tan comunes...pero con el final feliz de la recuperación, no sólo de las cosas materiales, sino de la felicidad allí vivida. Me trajo recuerdos...

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    1. que bueno olguita, hoy justamente comentaba con otro de los miembros de un grupo de cuentos y poesìas, lo felìz que me hace cuando se disparan los recuerdos a travès de un cuento.

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