jueves, 20 de enero de 2011

BATALLA SILENCIOSA ENTRE MADRE E HIJA

BATALLA SILENCIOSA ENTRE MADRE E HIJA

La madre se esforzó durante años para que su hija la adorara por siempre. Naturalmente, no se daba cuenta de aquel deseo íntimo, egoísta e inconfesable. Bajo la coartada de querer lo mejor para su hija, criarla en felicidad, prepararla para la vida, atenderla día y noche, bajo el lema de ser -como todas- la mejor madre del mundo, ella cocinaba a lo largo de décadas la droga infalible: ser adorada, ser todo y mucho más para esa pequeña mujer que tanto se le parecía. A medida que la hija fue creciendo -como todas- comenzó a rebelarse contra su madre y a tratar de diferenciarse para hacer su propio camino. Hubo varias etapas tormentosas. Primero la madre se sintió ignorada por esa hija adolescente que apenas le dirigía la palabra; luego tuvo discusiones violentas por salidas y materias y ropas mínimas y chicos. Más tarde hubo una disputa monumental por la carrera universitaria que había encarado: le costó muchísimo a la madre entender que la hija tenía algunos derechos, como la intimidad y la vocación. Le dolió terriblemente descubrir que su hija ya no la obedecía. Aunque, por supuesto, no se trataba de un problema de autoridad, sino de adoración. Su hija ya no la adoraba, la droga se había terminado. Entonces, sin tener conciencia de lo que hacía, inspirada solamente en las abnegaciones de madre, comenzó a agredirla. Obviamente, tampoco sabía que la estaba agrediendo: para la madre sólo se trataba de correctivos cariñosos, críticas al paso, señalamientos permanentes por el bien de su hija. Como había perdido la facultad de retenerla con el dinero y de colonizarla, la madre utilizaba la guerra de guerrillas. Cada vez que estaba cerca, cada vez que la llamaba por teléfono, aprovechaba para clavarle algún aguijón. Ese terrorismo doméstico volvía loca a la hija, a veces incluso la devastaba, y de hecho la iba alejando cada vez más. La lejanía apenó a la madre, después la enfureció. Los hijos son desagradecidos, empezó a murmurar la deidad caída. La relación de dominio y libertad continuó envuelta en cariño y amor filial, en solidaridades mutuas y conmovedoras, también en momentos de calma y mucho afecto. Como la hija se casó con un muchacho de buena posición económica a la madre -que todo le había costado tanto- le brotó instintivamente la bronca. "¡Qué fácil que les salen las cosas a ustedes! -le recriminó un día-. Cuánto derroche." La primera frase llevaba la etiqueta inadmisible de la envidia. La segunda era una admonición: no sean tan felices porque pueden perderlo todo. Esa admonición no se cumplió. La hija siguió adelante, vivió próspera y dichosa, y tuvo hijos. La madre se encargó de hacerle saber que a esos chicos los malcriaba, que elegía mal sus colegios, y que era demasiado dura o permisiva. Esto se combinaba con opiniones adversas que la madre dejaba caer sobre la casa, la decoración, la alfombra, el peinado de su hija y los hobbies de su yerno.

Cuando la hija cumplió cuarenta y entró en la crisis de la mediana edad, resolvió recurrir al psicoanálisis. Allí descubrió con horrorosa claridad todas estas pujas indecibles con su madre. Vino entonces un período de frialdad que no hacía más que calentar las cosas. Cinco años después, la hija, magnánima y ceñuda frente a una enfermedad de la madre, empezó a amnistiarla. Sobrevinieron largas temporadas de indulto y de decadencia. Hasta que la hija pasó a ser la madre de su madre, y todo fue olvidado y perdonado.

En ese instante justo, la hija de la hija dejó de dirigirle la palabra a su madre, y ésta supo por primera vez que ya nunca más sería adorada y que no valía la pena vivir sin esa droga. La batalla de su hija contra su nieta resultó aún más violenta que la suya propia, y aunque la abuela no metía baza una tarde en que la más chica de las tres se marchó dando un portazo la vieja dama largó una carajada larga y lúgubre. "¿De qué te reís, mamá?", le preguntó su hija hecha una furia. La abuela se puso seria de repente, se limpió las lagrimitas de la risa con un pañuelo y dijo: "De todas nosotras".


JORGE FERNANDEZ DIAZ

5 comentarios:

  1. Excelente cuento, pinta a las mil maravillas el karma de las madres y las hijas. Ahora, yo me pregunto: no será una cuestión Cultural? Además, siempre las malas son las madres? ¿No habrá competencia y resentimiento en las hijas, sobre todo cuando su madre ha brillado tanto que no pueden alcanzarla? Dudas...

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  2. te aclaro que no es mìo, puse el autor.... y la verdad es que màs que una cuestìòn cultural, veo que es universal....es todo un tema, el querer superar al progenitor y estar convencido de saber y entender lo que el otro NO PUEDE por la diferencia generacional, es de todos, por eso creo que cuando el padre o la madre muere temprano, que da ese conflicto pendiente, nunca se supera al progenitor porque muriò sin el deterioro propio de la edad.

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  3. Totalmente es un reflejo cultural universal. Es un circulo que no termina. Despues de haber formardo una familia y saber de los roles que a cada uno nos toca en la vida, comprendo lo que nos toca a cada uno. Mas porque volviendo junto a mis padres, sucumbi a un juego bastante vicioso y casi dañino de convivencia con ellos. Trato de desenvolverme independientemente, pero es inevitable el roce y el cambio de roles. Discuciones,portazos en la cara y demas silencios, que mucho no duran debido a una entretejida maraña de intereses.
    Volver a vivir cerca de mi madre fue el peor error que cometi, en una epoca en la cual no podia lidiar sola con mi estado emocional y con mis hijas. Lo unico que se es que tengo que valorar todo, lo malo y lo bueno de esta experiencia. Es mas, suelo agradecer casi de manera constante poder sentirlos y compartir como dije antes lo malo y lo bueno. Tengo 3 niñas como sabes Patricia y trato de dejarme llevar por las corrientes de cambio de los tiempos. No quiero adelantarme a sacar concluciones de con que me vendran estas niñas el dia de mañana. Hoy las disfruto. Buenisimo como siempre, me saca algo de mis propias experiencias. Besos

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    1. si, Manzy te entiendo... y lo que contàs parece tan ajeno a lo que se ve en tus fotos... realmente trasuntan tanta paz y armonìa que cuesta creer en ese barullo familiar.

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  4. No todo es como se ve, tengo mi paz y mi armonía, lo de alrededor es un circulo que pasa, se aleja y vuelve, pero mas comprendido desde la experiencia pasada, y bueno uno aprende a convivir con la diferencia de generaciones. Con mis niñas tengo mi vida y soy feliz, con eso me basta para seguir adelante y conservar mis expectativas y buscar lograrlas. Besos

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