sábado, 16 de febrero de 2013

UN RECUERDO IMBORRABLE.


Un recuerdo imborrable.
Hace miles de años atrás.
Cuando iba a sala de cinco, con muchos de los compañeros que después compartimos primaria y secundaria…la seño nos dijo que iríamos  a recorrer el barrio de la escuela y estábamos todos invitados a la casa de una compañerita que vivía cerca.
Era una linda sorpresa.
Había mucha excitación y alegría, conocer la intimidad de un compañero, saber cómo era su mundo, sus juguetes, su habitación, estar con su familia, merendar…nos portamos muy bien para que nada se cancele y la seño “Pocha” partió con dos largas filas mixtas tomadas de la mano.
La fachada me enamoró de entrada.
Era un medio hexágono, (no lo sabía en ese momento por supuesto) que ocupaba toda la ochava de la esquina, hacia una de las calles daban las puertas del garaje, una ventanita de persianas pintadas de verde oscuro y que terminaba, al igual que las demás con una medialuna de vidrios fijos.
A la puerta principal que daba a la bocacalle, se accedía por un minúsculo patio triangular, enrejado, ocupado casi por completo por una hamaca de dos asientos enfrentados, la puerta de madera tenía paneles repartidos y me pareció hermosa en su contraste con el verde de algunas plantas.
Hacia la otra calle, el frente continuaba con un tapial bajo con rejas que dejaban ver otro pequeño patio luz, con enredaderas y ventanitas coloniales.
Entramos y el vestíbulo nos recibió semi vacío, con varias puertas misteriosas que daban a él, una vitrina de madera y cristal llamó mi atención infantil porque adentro refulgía de cristales y porcelanas, pero lo que más me gustó era una muñequita vestida de española.
La nena de la casa estaba feliz y compartía todo, la mamá era un sol de persona, atenta, menuda, sonriente, nos convidó con jugo y masitas, los tablones de las habitaciones crujían a nuestro paso.
Me parecía un laberinto, pero a la vez tenía encanto, decidí en ese momento que la familia de mi compañerita debía ser muy feliz.
Volvimos, hicimos un trabajo acerca de lo que hoy sè, fue una “experiencia directa”.
Grande fue mi sorpresa, pocos días después, cuando de la mano de mi mamá, estábamos por entrar a visitar a sus tías,  y al mirar hacia la esquina veo la casa que tanto me había gustado.
Mi mamá me dejó que fuera a visitarla, me acompañó, y nos recibió la sonriente  señora de la casa, nos comentó que justo estaban por salir, pero no quería que me quedara con las ganas, así que decidió demorarse un poquito y que disfrutemos un rato juntas.
Bailamos en su habitación, con un combinado que tenía una mesita para trasladarlo de un lado al otro, me mostró el vestido que se iba a poner para el desfile que organizaba el colegio y que nosotras participaríamos.
En todo momento tenía en mi cabeza la placidez de la mamá, por lo general las madres, y me incluyo ahora, cuando estamos por salir, con chicos a cuesta, repasamos mil veces lo que tenemos que llevar, sobre todo si son trámites, nos fijamos si antes fueron al baño, si quedó todo ordenado, si se nos hizo tarde y por lo general siempre un imprevisto hay como para salir con el tiempo justo.
 Y ahí estaba la mamá de Roxana, jamás pongo nombres en mis cuentos o historias, pero ella quedó grabada a fuego en mi memoria y esto no puede ser para nadie más, tranquila y sonriente dándonos unos minutos para que yo no me volviera sin tener un ratito en la casa de mi amiguita que fue todo un descubrimiento ya que a lo de las tías iba mucho y jamás la había visto.
No se cuanto tiempo pasó después de esa visita, cuando recibí la noticia de que la mamá había muerto.
Aún hoy se me forma un nudo en la garganta.
¿Quién estaría abrazando a Roxana y a su hermanita?
¿Cómo una mamá podía morir teniendo hijas chiquitas que la necesitaban para vivir?.
En mi propia historia, mi mamá era el centro del universo, sobre todo, porque en los pocos divorcios que había en esa época, el papá no tenía un lugar donde compartir con los hijos… era un “enigma” donde vivía y donde encontrarlo… simplemente esperar a que pasara a buscar a sus hijos para un paseo.
Mi familia intentaba distraerme, recuerdo estar acostada en la cama de mi abuela, sin poder contener las lágrimas, no podía soportar el dolor de saber que había una vida sin mamá y que Roxana nunca más iba a poder contarle nada, ¿Quién se iba a ocupar de sus vestiditos? ¿De los zapatos que le quedaran chicos? ¿De encargarle los regalos de navidad?
El papá, me decían todos, quédate tranquila.
Ella no siguió en nuestro colegio.
La casa parecía cerrada.
Triste, ajada.
Muchos años después, siendo adolescente y ávida lectora, recuerdo que ese verano, leí sesenta y tres novelas de esas que jamás tienen menos de trescientas páginas… y no exagero… fui a vivir a pocos metros de esa casa, en la misma manzana, hacia el lado del patiecito luz del costado.
Habían transformado el garaje en un negocio de algo, no recuerdo qué, creo que era un kiosko, miré si estaba mi compañera, pero no la vi, sí me hice ¿amiga? de la nueva esposa del padre, creo que venían de Entre Ríos, donde el viudo se había vuelto a casar.
La segunda esposa era una persona enérgica, gritona, poco maternal, excepto con sus hijitos pequeños, parecía muy absorbente con su esposo y en general no tenía buen trato.
Conmigo si, porque cuando descubrí que en las estanterías, debajo de la mercadería, estaba todo cubierto de libros, entablé conversación volando y ella que era muy lectora también me ofreció intercambiar.
Un día reconocí a Roxana, creo que algo le hablé o le hice un comentario de nuestra infancia compartida en el jardín…ella no era muy comunicativa, tampoco era sonriente y dulce como la recordaba.
No supe acercarme.
No pude decirle que sufrí casi en carne propia su sufrimiento…que durante años ella y su mamá vivieron en mi mente y en mi corazón.
Al poco tiempo me fui de ahí, pero sin embargo, por un motivo u otro, esa casa que me encantaba , queda en mi itinerario varias veces al año.
Desde mi coche echo un vistazo y sigo.
No sé quienes viven ahora, le hicieron un par de agregados que no le quedan bien, está venida abajo.
En mi memoria la conservo con la imagen de mis cinco años.
Y lo más importante, la mamá de Roxana hace mucho tiempo que no brinda su calor a ese hogar.

Patricia Figura, febrero de 2013

4 comentarios:

  1. antonio morales carroz16 de febrero de 2013, 19:45

    Primoroso,encantador este relato.Los recuerdos son como nuestra sombra,particularmente los de la niñez.Cuando ellos atraen la parte buena de nuestra fibra humana,hacen sonreír nuestro corazón y nos regocijamos.Y si podemos compartirlos como lo hace la escritora(Ya sean recuerdos de ficción o reales), con tanta maestría,otros corazones también sonreirán, porque se solaparán recuerdos hermosos.Gracias , Patricia, por proporcionar momentos tan gratos a este lector.
    P.D:Mi respetada escritora,siempre la leo.A veces hago mutis en los comentarios, pero la admiración crece.Un abrazo fraterno. Antonio Morales Carroz.

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    1. tus palabras siempre engrandecen mi alma!!!! gracias Antonio querido.

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  2. Muy bellamente relatado, esos sentimientos que las circunstancias infantiles nos da y nos forja como adultos. Muy bueno amiga.

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