domingo, 13 de marzo de 2011

LA PENSIÒN

LA PENSIÒN.
El patio antiguo, desnivelado, con baldosas puestas en damero, era testigo mudo de las historias compartidas entrelazadas sólo por un lugar común.
La casa de pensión, era muy colonial, española… tejas en los techos, paredes anchas que encerraban  ambientes frescos, ventanas con marcos de troncos gruesos al igual que las vigas, galerías interiores que enfrentaban  a las sucesivas habitaciones… todas daban al patio interior…donde se descansaba al  final del día, se compartían las novedades, se lavaba la ropa, y también se regaban las plantas dispuestas en grandes macetones de yeso.
La casera y dueña del lugar lo regenteaba como si fuera casi un cuartel…no era una madraza, ni la abuela confidente de las jóvenes recién llegadas del interior, viuda y con tres hijas por educar y cuidar de los “buitres”… no tenía ni tiempo ni paciencia para amabilidades.
Quince años atrás, cuando su marido y sostén del hogar falleció de un repentino ataque al corazón, parecía fuerte, sano,  invencible…. Sin embargo… las dejó solas, ella con un castellano atravesado y la nostalgia por su tierra natal, tuvo que tomar algunas determinaciones.
En los años cuarenta, la vida no era fácil, si se era mujer, madre  e inmigrante… y sola.
Cuando compraron la casa, con la venta de los terrenos de su lejano hogar, la idea era mantenerla con el trabajo de él, y ella aportaría lo suyo lavando y planchando para las familias más acomodadas… si bien era muy poco, alcanzaba para algunos lujos como carne para el estofado del domingo, frutas de postre y algún paseo en familia.
Pensaban  que con el tiempo, los hermanos se embarcarían y vivirían con ellos, ayudarían a costearla y estarían una vez más todos juntos…pero urgía una solución, había que pensar en algo que produjera un ingreso sin dejar a sus hijas solas, ni mandarlas de criadas…la solución más rápida era la de convertirla en una casa de pensión… lo cual tenía sus riesgos…quién sabe quien podría alquilar y con qué intenciones.
Había que lidiar con los cobros, la higiene, los turnos para el único baño, la cocina… en fin… las nenas irían creciendo y no se podía convivir con cualquiera.
Sometía  a los “aspirantes de inquilinos” a exámenes severos y exhaustivos, cobraba el mes por adelantado y no entendía de dilaciones o problemas en las changas o trabajos, el día cinco de cada mes las habitaciones debían estar con sus pagos , sino ella misma se encargaba de no dejarlos entrar o vaciarlas de sus variadas pertenencias.
No aceptaba hombres jóvenes, atractivos…. No por ella, por las chicas… que iban haciéndose señoritas y debía velar por su “virtud”… tampoco mujeres “de la vida”, así que prontamente sus cuartos quedaron sin vacantes y una sucesión de muchachas que venían a probar suerte a la capital, señores maduros y solterones, y algún matrimonio en sus inicios conformaban los habitantes de la casa… y del patio.
Las noches de luna, calor sofocante y mosquitos… uno a uno sin poder conciliar el sueño, iban apareciendo con ojos cansados y ahogando bostezos, se acomodaban en sus sillas, frente a sus respectivas puertas y se abanicaban con las palmetas, con las ramas frondosas del paraíso que gobernaba el centro del añejo lugar o con alguna revista leída y releída hasta el cansancio.
Algunos estaban durante años, otros sólo algunos meses, los menos se volvían a sus tierras, sus pagos… y aunque ella no lo mencionara…a los más viejos, les iba tomando cariño… fuera de sus hijas eran toda la familia que tenía… los de su sangre nunca vinieron… tampoco llegaban demasiadas noticias…más de una Nochebuena la mesa grande del comedor se engalanaba con un surtido de personalidades, razas, y apellidos dispares… sin otra coincidencia que ser habitantes de la casita colonial.
Ahora, en el descanso de la tarde, mientras cosía y remendaba sus gastadas prendas…estaba atenta aún inconscientemente, a los familiares sonidos del querido lugar… el afilador que pasaba siempre a la misma hora y silbaba entonadamente la misma melodía, la máquina de coser de la habitación chiquita, la que estaba frente a la suya, la ducha en el baño , la recién casada que se perfumaba por todos los inquilinos juntos, mientras esperaba a su esposo que llegaba de trabajar en el puerto, el ventanal de la habitación del frente que se abría para dejar paso al fresco y a la mirada de los transeúntes, la pileta de lavar que recibía las repiqueteantes salpicaduras de los enjuagues que hacía la joven señora de la piecita del fondo…aprovechaba mientras su bebé hacía una siestita… y sus hijas, que llegaban de a una del liceo de señoritas… donde ya casi estaban a punto de recibirse de maestras…buen futuro… las tres podrían tener una familia y también colaborar…o al menos contar con un trabajo decente si el destino se encaprichaba con ellas como con su madre.
Suspiró satisfecha y se permitió una sonrisa mientras se recostaba en el sillón hamaca… su mueble preferido, donde las había amamantado a las tres, mecido en las noches de fiebre, donde descansaba la espalda después de un día largo de trabajo y limpieza.
Si… no había sido fácil, tuvo miedo y dudas más de una vez… pero su decisión de convertir la casa familiar en una pensión de barrio había sido buena…ahora, más tranquila, iba a disfrutar de los logros de sus hijas… eran chicas de suerte…al menos ella se encargaría de que fuera así.


Patricia Figura, marzo de 2011


3 comentarios:

  1. Qué hermosa historia Patri. Muy bien escrita. Y dejando fluir el argumento con mayor claridad que nunca.Gracias

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  2. hay que lindo cuento!!!me hizo acordar a una historia de la familia de mi marido muy similar!!una historia tierna.

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  3. Me llevó al lugar y a las películas de pensiones, donde cada cuarto tenía su historia... tierno, lindo, tranquilizador.
    Hace sentir lo bueno de haber hecho las cosas lo mejor posible.

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