Al
final…juntos otra vez.
Era tarde, no tenía sueño, lo suyo era cansancio
emocional, físico también, pero eso se iba después de algunas horas de sueño…
el otro no.
Su diminuto living donde el mullido sillón de tres
cuerpos ocupaba casi todo el espacio, la cobijaba en la penumbra de las luces
bajas, a través de las cortinas delgadas
y claras, las luces de la calle enviaban un suave resplandor que caía sobre la
mesita de los portarretratos.
Se recostó con un suspiro.
El día había sido largo.
Sus hijos habían estado junto a sus respectivas
familias, los más chiquitos eran la nota feliz de la postal que quedaría
grabada en su retina.
Un acontecimiento familiar había obrado el milagro
de estar todos juntos, sin que por una vez nadie estuviera ausente.
Hasta
él compartió el almuerzo y el brindis.
Todos los caminos de su vida pareciera que
convergieron en su persona… era como el delta que desemboca en un ancho río
para unirse después al mar.
Comenzaron
su historia juntos cuando apenas eran adolescentes.
Dos criaturas representando obras teatrales
confundiendo papeles escénicos con las emociones reales.
Se enamoraron.
Indudablemente.
Estudiaron, se casaron, progresaron.
Todo era vivido como a través de una cámara filmadora,
se veían protagonistas de su propio argumento… histriónicos, seductores,
sensuales, provocativos, celosos, apasionados…. Jugaban con fuego.
El
dolor los golpeó… donde más puede doler a un padre.
El castillo no era de naipes, no se vino abajo, todo
lo contrario, familia sólida, pareja sólida.
Pasada la treintena los encontró inquietos, ya
llevaban la mitad de su vida juntos, la catarsis vino por el lado laboral, el
progreso para poder sostener un hogar con chicos que iban creciendo demasiado rápido,
los puso a prueba teniendo que vivir en países diferentes gran parte del mes.
Eso
aligeró la carga y renovó la fantasía.
Cuando él regresaba con grandes bolsas de garotos
para los niños y lencería fina para ella, la casa se convertía en una fiesta y
los abuelos recibían los nietos a dormir más de una noche.
Los negocios finalmente no resultaron tan buenos.
Llegó
una separación temporaria.
La angustia de soltar la mano de quien te la ha
tomado toda tu vida puede llegar a remontar a la persona como a un barrilete… o
sumirla en la tristeza y la desesperación.
Cuando volvieron a encontrarse ella parecía veinte
años menor, muy delgada, casi sin maquillaje, con su piel acaramelada como en
un bronceado permanente, sus hermosos ojos con pestañas oscuras y curvas lo
miraban con esa melancolía eterna.
El
la invitó a salir.
Fueron
novios después de haber sido esposos.
Volvieron a vivir juntos, la familia y los chicos
festejaron con ellos.
Para los parientes era inimaginable que uno esté sin
el otro, los amigos eran comunes a ambos desde siempre, del secundario…eran
casi simbióticos.
Hasta
que la rutina los invadió.
Estaba todo controlado, pero él quería exactamente
lo contrario, descontrol y adrenalina, a los cuarenta largos, necesitaba sentir
emociones fuertes.
Comenzó a hacer gimnasia, quería ver sus abdominales
marcados y los brazos fuertes…repartía piropos, trataba de mostrarse canchero y
entrador.
Ella
lo observaba con su media sonrisa cansada.
Se
separaron, esta vez de manera definitiva.
Él dejó su provincia de siempre para tomar nuevos
aires.
Cambió su grupo de amigos por nuevos compañeros de
andanzas, de salidas y peñas de solos, una vez al mes iba a visitar a los
chicos que ya estaban muy grandes y comenzaban a transitar sus propios
senderos.
Ella
lloró hasta quedar sin lágrimas.
Se
encontraban todos para navidad y fin de año, ninguno formó pareja.
Ella se encontró con el famoso “nido vacío” después de
haber hecho malabares para atender a tantos, cocinar para una mesa desbordante
de charlas, anécdotas, jugos derramados, sifones vacíos y postres que duraban
solo segundos, se encontró con que la vivienda familiar quedaba demasiado
grande.
La conservó igual porque los chicos vivían lejos, tenía
nietos que podían quedarse en la habitación que fueran de sus padres, comenzó a
salir con sus compañeras de trabajo, con un par de amigas que también se habían
divorciado.
Le encontró el gusto.
Viajó, renovó su guardarropa, arregló el living, su
lugar preferido, dio de baja al viejo sillón raído de tantos pies que se
treparon a él.
Retomó
las clases de música de la infancia.
Aprendió
a ser feliz y disfrutar de su libertad.
Recibió un llamado telefónico…él pedía volver al departamento
provisoriamente, hasta que se organizara
en su nuevo trabajo.
No iba a molestarla, apenas pudiera se buscaba un lugar.
Aceptó… y la savia comenzó a retirarse …se sintió marchitar…al
poco tiempo descubrieron que él estaba muy enfermo, realmente muy enfermo.
Poco quedaba de ese eterno muchacho de buen humor,
caballero, bromista, seductor.
La
necesitaba, buscaba sus ojos tristes, sus manos siempre prontas… la vida se le escurría
como agua entre las manos.
Suspiró, se obligó a levantarse del cómodo sofá, cerró
la persiana, llevó el jarrito de café a la cocina, invadida por la comida
nutricional destinada a alargar lo inevitable.
Se asomó a la habitación donde él dormía agotado por
los dolores, encontrando el descanso en fuertes calmantes.
Fue a su propia habitación, encendió su velador, era
tardísimo, al otro día la esperaba una larga jornada laboral.
El círculo se estaba cerrando, eran jóvenes todavía,
comenzaron la vida adulta de la mano y al parecer así la terminarían.
La vida los ponía a prueba una vez más.
“Fue
un gran amor”, pensó para sí misma….”Todavía lo es” le pareció escuchar que
susurraba él.
Dedicada a alguien muy presente en mi memoria,
recuerdos de la niñez, cuando todos nos reuníamos en casa de mis abuelos
paternos
Patricia Figura, octubre de 2012
Muy bueno, Patri. De una tremenda humanidad.
ResponderEliminarGracias Norma querida, siempre sensible a las emociones fuertes, este cuento tiene mucho de real.
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