Una historia de otros tiempos.
No existían
los medios de comunicación de hoy, eso es seguro.
Las
noticias volaban más por chimentos que por otro modo más convencional.
Contaban con mensajeros…
hermanitos menores o vecinitos, a menudo usados por los novios y amantes de la
época, encargados de entregar una nota,
esquela, carta cuidadosamente cerrada y en absoluto secreto.
Eran contadas con las manos las adolescentes que
continuaban sus estudios después de la escuela reglamentaria, ella era una y las rejas de los fondos del esa hermosa y respetable escuela
para señoritas contaba con secretos dignos de plasmarse en pluma, papel o
como en este caso, en arte virtual.
Los diecisiete la encontraron en el corazón de una
familia de clase media, que se daba sus gustos, tenía algunos privilegios…un coche para pasear los fines de
semana, una habitación amplia que compartía sólo con una hermana, un sábado al
mes estrenaba vestido nuevo hecho por las manos mágicas de su madre y con las
excelentes telas de la sedería donde era contable su padre.
La menor de tres hermanas y mayor a los dos
hermanitos que la seguían con poca diferencia de edad, estaba acostumbrada a
confiar a su madre los secretos que atribulaban su alma.
Eran compañeras, hábiles las dos con las agujas,
bordaba que era la envidia de cualquier encaje francés, y su voz dulce erra la
preferida en el coro de la iglesia los domingos, donde toda la familia acudía puntualmente y colaboraba fervientemente dejando
el diezmo para purgar cualquier culpa que se haya traspapelado de rodillas al
confesionario.
La sala de costura de la casa familiar, era la
primer habitación que daba a la galería, el gigantesco costurero de pie, hecho
con mimbre y que guardaba tantos tesoros como un cofre, era el mudo oyente que
las acompañaba cada tarde en el descanso, donde ambas zurcían, remendaban y
también confeccionaban las prendas que lucirían orgullosos los demás miembros
de la familia.
Las
hermanas se unían ocasionalmente a la hora del radioteatro, pero la más grande, pronta ya a casarse estaba muy
embarullada con los preparativos y las visitas que hacía su novio a la salida
de la tienda donde trabajaba de dependienta y la del medio vivía más dentro de
su mundo que en el real.
En
cuanto a los varones, se debatían en comenzar con los pantalones largos y
todavía treparse en los altos árboles del fondo, cazando pajaritos o espiando a
los vecinos….pronto comenzarían como cadetes temporales en la sedería.
Los años pasaron de manera tranquila y apacible, era un hogar tranquilo, seguro, donde la
batuta era manejada por el padre para los permisos en general y por la
madre que hacía de filtro para elegir y las
cuestiones que se presentarían al jefe de la familia.
A los veinte, daba clases particulares de idioma
durante la mañana, había egresado con honores su hermana mayor se había casado,
los varones estudiaban y trabajaban, la del medio cuando lograba sacar la nariz
de las novelas que devoraba incansablemente y se conectaba con el mundo,
lograba exasperar tanto a su madre como a su padre porque no tenía ni remota
idea de lo que haría con su vida.
El
padre acostumbraba a leer las noticias después de la cena, por lo general entregaba las páginas de sociales
luego de repasarlas ligeramente, al grupo femenino del hogar, que se divertía
comentando enlaces, participaciones, tés a beneficios, bailes de carnaval,
sorteos y también copiaban algún modelo lucido por alguna señora de la alta
sociedad local.
Y
a los veintitrés se enamoró perdidamente.
Confió a su madre ese sentimiento que parecía
desbordarla.
Había bailado con él en el club varias veces por
eso, no fue necesario describirlo, su madre lo tenía bien visto….algo en él no
le cerraba.
Demasiado obsequioso, muy atento y a la
vez…escurridizo.
Llegaba
siempre tarde, casi promediando la medianoche.
Eso significaba que era sastre, músico, o
bien….tenía compromiso y acudía después de la cita con quién fuera su novia.
A
ella le brillaban los ojos buscándolo en la pista de baile….imploraba a su mamá que la llevase cada sábado, lo
cual era impensable para una señorita de bien, se acordó que irían dos veces al
mes luego de que sus hermanos y padres hubiesen cenado, el más grande las
acercaba en coche junto a la vecina y sus dos hijas.
Y alguna que otra vez se quedaba él también a
disfrutar de la orquesta típica.
El joven, apuesto como pocos, caballero, no era un
dandy, pero había poca diferencia, hablaba con corrección, fumaba con estilo,
bailaba como si hubiese nacido para eso y cuando la tenía en sus brazos los
ojos de él parecían quemarla viva.
Tanto imploró a su madre que lo conociera, que lo
presentaran al padre, puesto que de otra manera no podría recibirlo ni salir a
pasear con él, que la madre cuidadosamente fue preparando el terreno y el día
tan esperado llegó al fin.
Él se presentó con flores para la madre, tabaco para
el padre y masas de la mejor confitería para acompañar el café.
El
apellido del joven sonó familiar al padre.
No dejó muy en claro a qué se dedicaba, algo
referido al comercio, pero no fue muy específico, solicitó permiso para
frecuentar a la señorita, y se excusó a la media hora con un compromiso
impostergable.
En el zaguán de la casa quiso despedirse como novio,
no como un visitante, ella moría por un beso real, el que soñaba, el que su
hermana relataba embobada con sus novelas rosa, ese de los radioteatros….fue
arcilla entre sus labios y ni que hablar entre sus manos.
No
lograba volver a la realidad.
Quedó convenido que el padre daría su asentimiento o
no al cabo de una semana.
Ellos se encontraron a escondidas un par de veces,
cuando ella fue a comprar libros para sus alumnos, metros de cinta a la
mercería del centro, eran encuentros
furtivos y en cada ocasión los besos de él, los susurros, las manos que ceñían
su cintura la dejaban a kilómetros del suelo.
No se reconocía….no era ella, tan pacífica,
ecuánime, pensante….jamás había ocultado nada a su madre….pero prefería
mantener estos encuentros en silencio hasta que el padre diera su aprobación.
En el tranvía el trayecto se le hacía breve,
rememorando una y otra vez esos besos, más de una vez seguía de largo en su
parada, su madre la encontró con la mirada perdida y la costura en el
regazo….”te estás pareciendo a tu hermana…pero lo de ella es inofensivo…jamás
un hombre se va a parecer al de una novela”.
“El si mamá”
respondía ella.
Una noche el padre llegó de trabajar, diciendo que
ya había encontrado de donde le sonaba el apellido y era de una gran compra que
se había hecho en la sedería.
Metros y metros de organdí, seda, encaje y raso, no
todo a su nombre pero había trajes encargados para el caballero tambièn.
Eso
solo podía significar una cosa: Boda.
Por supuesto que ella lloró y lo defendió de
semejante ultraje, podía ser una hermana, una prima, un pariente, los apellidos
no eran exclusivos de una sola persona ¿no?.
El
padre no dio su consentimiento.
Quería
investigar un poco más.
El
hermano menor les hacía de mensajero por medio de su bicicleta, ella le rogó
que fuera sin demora a entregarle una carta donde expresaba lo comentado por su
padre, sus suposiciones y el dolor que ella sentía en el alma.
Respondió con una escandalizada negativa y la propuesta de organizar una huída
juntos si su padre no daba el consentimiento, él la amaba, no estaba dispuesto
a esperar…se encontrarían cada martes y viernes en el paseo del boulevard,
en las calles cercanas al centro, ya buscaría él un lugar donde vivir juntos y
casarse a escondidas, para que su padre ya no pudiera impedirlo.
Fue
preparando su ajuar, bordando, toallas, manteles, servilletas…. Era todo tan
hermoso y delicado….digno de una princesa, se imaginaba usando aquellos tesoros
con su amor, yaciendo bajo las sábanas blancas con las iniciales de ambos
entrelazadas en un perfecto calado.
Confió a su madre el secreto… la miró con ojos
tristes, no podía impedirlo, pero no agoraba nada bueno.
En
uno de esos encuentros su amado de ojos intensos y palabras que quemaban en el
vientre, le mostró el lugar donde vivirían, había hablado con un juez, puso
fecha para la fuga y posterior casamiento, un amigo los ayudaría, la esperaría
a ella el lunes siguiente, en un coche de alquiler a media tarde, mientras su
padre estuviera trabajando.
En esa habitación de una respetable pensión dirigida
por un matrimonio de mediana edad, él la convirtió en mujer…SU mujer…ella no se
negó a la prueba más irrefutable de su amor, al fin y al cabo él estaba
moviendo cielo y tierra para sortear los obstáculos que su propia familia ponía
a su felicidad…. después de la semana siguiente, vendría un período de enojo
por parte de su padre, pero al verla tan plena y feliz, todo cambiaría para
bien, y él la presentaría a su gente como su esposa.
Volvieron a su nido de amor una y otra vez durante
esos días…. ella planeaba mentalmente algunos cambios para hacerlo más hogar, más
íntimo….le dolía el alma de amor al ver que él había alquilado ese lugar,
contando con una buena casa y familia donde vivir.
El
viernes acordaron no verse hasta que el lunes ella saliera de la casa con sus
cosas.
Así dispondría de más tiempo para estar con su
afligida madre y preparar todo cuidadosamente envuelto en papeles de seda azul
y hojas de violetas disecadas.
El domingo, al atardecer, mientras el padre leía el periódico
en el patio y ellas escuchaban la radio, les llamó la atención un golpe seco
contra el diario y el padre que jamás levantaba la voz exclamaba casi a los
gritos..” tenía razón!!!!! Tenía razón de
no dar mi consentimiento a ese mequetrefe”.
Ambas
lo miraron sin entender…sin querer comprender.
“Anoche contrajeron enlace en la Catedral
Metropolitana, la señorita fulana de tal, miembro de la más rancia sociedad no
solo local sino de linaje que se remonta a la época de la colonización, con el
señor…..”…. citó el padre en tono triunfante mientras les pasaba la foto y epígrafe
donde el amado que al otro día debía convertirla en la mujer más feliz del
mundo, posaba sonriente y feliz para la foto junto a una jovencísima novia que
lo miraba arrobada.
La
madre la abrazó con fuerza, la apretó muy fuerte contra su pecho.
Nunca supo en qué momento volvió en sí, cuándo dejó de
mirar esa foto que la ahogaba, si transcurrieron horas o días hasta que dejó de
murmurar “tiene que ser un error”….perdió fuerzas, peso, a su padre no le
contaron toda la verdad, porque lo buscaría hasta poder matarlo trayendo una
nueva desgracia a la familia.
Los
hermanos juraron vengarse.
Cuando logró mantenerse en pie, fue a la pensión, habló
con la encargada que le dijo que él vivía ahí desde hacía no mucho, no le conocía
familia ni amigos, al parecer había puesto “en apuros” a una joven de alcurnia
y se arregló una boda no muy apresurada en realidad porque se radicarían en el
exterior, la familia tenía negocios afuera y él iría de encargado, había saldado
lo que se debía del cuarto y retirado sus pocas cosas…no, no sabía más nada….lo
lamentaba.
Lloró
mucho y durante muchísimo tiempo.
Ya no era el cascabel de la casa, la voz fervorosa
de la iglesia, sus alumnos comenzaron a escasear, ella estaba siempre dispersa,
se negaba a bordar absolutamente…ni siquiera ayudaba a remendar las prendas
familiares.
Algún día se encontrarían frente a frente….ese dolor
no iba a quedar encerrado para siempre envenenando su alma.
Pero eso sucedería en otro tiempo….lejano, muy
lejano.
Patricia Figura, marzo de 2015
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