Premio Consuelo.
Abrió
su viejo ropero crujiente.
Era el que había tenido toda su vida.
Bah, el otro viejito y compartido no contaba.
Cuando se mudaran a la casa que fuera la definitiva,
veinte años atrás, ella y sus hermanas estrenaron juegos de dormitorios nuevos
e impecables, espaciosos, personales, uno para cada una de las tres.
Las habitaciones eran pequeñas pero contaban con
algo desconocido hasta el momento: intimidad.
Eran
absolutamente diferentes una de otra.
Oscilaban entre la franca belleza hasta el patito
feo, pasando por un atractivo normal.
Pero lo más contradictorio era la manera de ser de
ellas.
Una muy aferrada al padre, otra a la madre y la
mayor a nadie.
Alegre y divertida la más chica, estructurada y
engañosamente conservadora la mayor, un soldado prejuicioso la del medio.
Dicen
que el hijo del medio es el más conflictuado.
No
consta realmente que sea así….aunque en este caso, algo de eso había.
Escudriñó entre su ropa…. Quería algo que no fuera
tan formal, tan de oficinista.
Los básicos de siempre, pantalones negros, azules y
milagrosamente uno blanco.
Polleras rectas, bajo la rodilla, nada sexy marcando
sus curvas.
¿Qué curvas?....se dio vuelta y tuvo la esperanza de
que el reflejo del espejo, que ocupaba buena parte de la puerta, le devolviera
algo de voluptuosidad.
Era
la misma de siempre.
El
patito feo.
El
cerebro de la casa.
El
premio consuelo de la adolescencia, cuando la sacaban a bailar para hacer pata al que quería
bailar con su simpática y extrovertida amiga.
¿Por qué se había sentido siempre así? Ciertamente
no era bella como la mayor, aunque de poco le había servido su belleza a la
hora de la suerte, tampoco tenía ese atractivo para el sexo masculino como la
menor…sin embargo, no era fea, no se veía
fea…pero invariablemente “actuaba de fea”, a la defensiva, desconfiada, con
aire de superioridad.
No hizo locuras adolescentes, las vivía para adentro,
de noche, en su bunker, ese cuarto cerrado con llave, donde después de cenar,
se refugiaba y metamorfoseaba su imagen con pinturas desechadas de la mayor, probaba
gestos que podían ser seductores para los chicos, intentaba modificar su
peinado, tan correcto y pulcro a la luz del día…se mimetizaba con las otras,
con su amiga tan querida y tan encubiertamente envidiada.
En
su mundo privado todo era posible.
Brillaba, era ingeniosa y divertida en imaginarias
charlas que luego, en grupo se transformaban en un mutismo prejuicioso.
Si alguna de sus amigas le pedía que la acompañe a
encontrarse con algún pibe que le gustara, ella daba mil vueltas y si accedía,
dejaba bien en claro que no estaba interesada en el acompañante destinado a no
ser impar…. Aunque después secretamente se arrepintiera.
Premio
Consuelo… se decía siempre…tan cerebral y madura para tomar tantas decisiones laborales,
financieras, organizativas y tan infantil en lo emocional.
Pasados
los treinta, seguía soltera, con tantos rituales y manías como un viudo de
setenta años.
Pero
SE tenía cansada.
No se aguantaba el rictus de eterno juzgamiento a
las conductas ajenas.
Quería
ser más libre, menos estructurada, más divertida.
Cuando el compañero relativamente nuevo del piso de abajo
de su oficina, le sonrió con un “ buenos días” al coincidir en el ascensor,
algo le hizo devolverle el gesto, genuinamente, desde adentro.
También ocurrió cuando coincidieron en la pequeña
sucursal bancaria de la planta baja.
Al cabo de un mes se descubrió reconociendo a sí
misma que intentaba encontrárselo.
No tenía idea de si era casado, soltero, viudo o
divorciado y lo que la dejó PASMADA
era que tampoco le importaba… quería no sólo verlo sino QUE ÈL LA VIERA.
Se esmeró un poco más con el frizz de su cabello que
era como un halo no muy angelical, probó las cremas que salían por la tele
asegurando que con el uso desaparecería ese barullo de su cabeza, se ve que
cuando las testeaban no contaban con la eterna humedad de su ciudad natal.
Compró unas planchitas de “uso profesional”… se quemó
la oreja varias veces hasta que le agarró la mano, más animada, volvió a la perfumería
y se decidió por un protector capilar de uso frecuente y un baño de ¿ceramidas?.
Aparentemente
tanta inversión y aprendizaje dieron sus frutos.
¿O tal vez fuera esa sonrisa desacostumbrada y tan
sentadora?
¿O el nuevo brillo de entusiasmo en sus ojos de
largas pestañas oscuras?.
¿O el andar más elástico, seguro… casi contoneante?
Fuera lo que fuera, el nuevo compañero del piso
inferior, la encontró en la proveeduría y la invitó a compartir un café.
Por un momento tuvo miedo de ella misma, de arruinarlo
todo, de escudarse en una excusa como siempre hizo hasta que ya no llegaron
invitaciones….pero no, la sonrisa se dibujó en su rostro y sacudiendo su “nuevo
cabello” giró para buscar un lugar junto a los ventanales algo empañados a
compartir un rato con él.
El tiempo se le escurrió entre las manos, quedó con
ganas de repetir la “casualidad”…se hizo un pequeño ritual casi cotidiano.
La invitó a cenar un viernes a la noche, luego de
una reunión con los jefes de cada sección…estaba encantada, hablaba hasta por
los codos, reía, hacía comentarios divertidos, él no dejaba de sonreír a su
lado.
Poco tiempo después, llegó la invitación para ir al
cine y a tomar algo después…estaba impaciente de que llegara el fin de semana y
la velada prometida… ya sabía que no estaba casado, tampoco era viudo….era
divorciado…con chicos en la primaria y una ex no muy convencida de la decisión
tomada, pero no le importaba…estaba bien con él y no aceptó ningún tipo de
fantasmas que velaran su alegría.
Cerró de golpe su ropero, iría a comprar ropa nueva,
divertida, con colores alegres…tampoco dejaría de ser ella, ya que así la había
elegido, pero se daría una mano, se ayudaría a descontracturar su imagen...estaba
contenta, radiante, tomó su bolso, chequeó si tenía dinero, y camino bajo el
sol con toda la expectativa en su rostro joven todavía, no quería encerrarse en
un taxi, en ningún lado en realidad… necesitaba luz, gente, movimiento y volver
a tiempo para arreglarse y disfrutar de una noche donde ella era el Primer
Premio…la invitada especial, sin competencias ni odiosas comparaciones.
Cómo continuaría todo, ya sería parte de otra
historia.
Patricia Figura, julio de 2013
No todo el mundo tiene que tener la primer cita a la mima edad... por suerte somos diferentes.Muy bien contado.
ResponderEliminargracias Moni.... es un elogio para mì que gente como vos y Olguita comenten mis cuentos, teniendo en cuenta el increìble bagaje de lecturas y aprendizajes que tienen cada una.
EliminarMuy buena la metamorfosis. Es así. Menos mal.
ResponderEliminarHermoso relato.
sos un honor olguita querida ( figura como liliana, pero para mì sos olguita jajajaj)
EliminarExcelente, tus cuentos ya rebalsan el vaso. saludos.
ResponderEliminarjajajaja siempre tan amable y caballero.
Eliminarmuy bueno, tus cuentos ya rebalsan el vaso. Saludos
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