SUBE Y BAJA…
Daba vueltas por la casa mientras distraídamente ordenaba
una que otra cosa fuera de lugar.
Algo que no lograba hacer con sus pensamientos,
hilarlos, seguir un ritual, acomodarlos.
Todo
lo que hacían los demás le parecía más fructífero, válido, justificado.
Todo lo remunerado económicamente entraba en la
escala de valores general.
Dar
amor, tiempo y paciencia carecía del derecho a jubilación.
Para la mirada externa era entretenerse, matar el
tiempo, pavear.
Para ella era su vida, su mundo imperfecto pero
amado.
Y si hoy es el último día?
Cómo quiero pasar el último día de mi vida?
Salió
al jardincito a juntar las hojas esparcidas por las brisas otoñales.
Vio que la pareja de enfrente salía a trabajar, la carnicería
todavía no había abierto, el mercadito recibía las medialunas calentitas.
Sus hijos en el colegio.
Su esposo trabajando.
Ella
rehén de sus propios planteos.
¿Todo el mundo pensará tanto?
¿O se limitan a barajar el día?
¿Hacen un análisis de lo que necesitan?
¿O
siguen el curso que vienen determinando desde años?
Embolsó las hojas junto con algunas flores secas.
La chica que la ayudaba con la limpieza hizo caer
algo en la habitación del fondo.
“Espero que esta vez no sea caro lo que rompió”.
Entró y se preparó un café, se sacó el pijama y se
puso ropa deportiva, cómoda.
Se
miró al espejo.
Tenía
sus días, hoy no se veía bien.
Le
parecía que tenía los ojos hinchados, la raíz del cabello se le iba para
cualquier lado…¿qué veía su marido?
¿Qué era lo que lo excitaba tanto en ella?
¿Qué veía cuando le brillaban los ojos y la abrazaba?
Ya no era como antes…no se sentía como antes.
Nunca le pesó la edad, tampoco nunca la aparentó, de
constitución menuda, rasgos clásicos, mirada dulce, tonificada….¿sería el
cambio de década tan próximo?
Joven
pero también fuera del juego para muchas otras cosas.
Miró el café y decidió que no tenía ganas de
tomarlo.
Escuchó la aspiradora en la planta alta, parecía forzada,
como trabajando en vacio.
“Voy a salir a caminar”.
Se sentía deambulante en su propia casa, inquieta,
molesta.
Sabía que después llegaría la hora de la comida, las
corridas, los horarios de los más chicos, los mandados, las clases de yoga y
pintura….volvería a su centro, a su eje.
Estaría
otra vez arriba.
Pisando fuerte, charlando divertida con sus
compañeras de clase, proponiendo salidas de chicas, cambiando datos de
negocios, nutricionistas, películas, maestras particulares, etc.
Había que subir.
En este momento estaba abajo, tal vez el cielo gris,
cargado, el viento húmedo, caliente.
Se sacó las pantuflas, las guardó en el mueblecito
de los zapatos, buscó sus zapatillas preferidas.
Le avisó a la mucama que volvía enseguida.
Comenzó a buen ritmo, el carnicero levantaba la
ventana y la saludó con un guiño, siempre tenía un piropo para ella, la vecina
nueva estacionó de cualquier manera y voló
literalmente hacia su casa, las viejitas del barrio con sus changos un poco más
modernos, seguramente regalo de los hijos, se saludaban y cambiaban un par de
palabras, cuando pasó por la mercería se acordó que no tenía medias oscuras
para la cena del fin de semana que organizó el jefe de su esposo.
Estaba en marcha.
Subiendo.
Con suerte al final del día, se reencontraría con
toda su familia con las pilas puestas y la sonrisa que acostumbraban a ver en
su rostro.
Patricia Figura, mayo de 2013
uyyy!!!!! me siento tan "tocada" con este relato! Normalmente arranco el día "arriba", al mediodía estoy "abajo" y después arranco a subir nuevamente. me gustan tus cuentos. besos.
ResponderEliminargracias Graciela querida... creo que cuando nos bajamos de la calesita, quien màs quièn menos nos subimos al sube y baja.jjajajaja
EliminarMe resulta de mucho gusto, amiga.
ResponderEliminarBeso
gracias amigo Josè!!!!
Eliminartanto el hombre como la mujer, no envejecen cuando se les arruga la piel...o todo se les cae, sino cuando se les arrugan los sueños, los deseos y la esperanza.
ResponderEliminarCarlos Fuentes